DIONYSOS, NIETZSCHE y HÖLDERLIN

 

Dionysos fue el último dios en incorporarse al Olimpo. Extranjero, oriental, disolvente. Dionysos puso un pie en Alemania tras una larga ausencia en Europa, que se remontaba a los tiempos de la Florencia de Pico della Mirandola y de Marsilio Ficino, de Poliziano y Botticelli, cuando había sido adorado como dios de los misterios y del delirio divino. 

Para fundar su culto había bastado una frase de Platón, nítida y tajante: 

"La locura es superior a la temperancia, porque ésta tiene un origen exclusivamente humano, mientras que aquélla es divina."

Mucho más tímida y casta era la Alemania de comienzos del XIX, en la que Voss, ilustre traductor homérico, interpretaba las "orgías nocturnas" de Dionysos como "alegres entretenimientos". 

Pero más sorprendente aún es la naturalidad con la que Dionysos se muestra en el verso de Hölderlin. Al principio de Brut und Wein es de noche. Son 18 versos con los verbos en presente, que hacen contener el aliento. Pocas veces la pura fuerza del nombre se había mostrado con una evidencia tan nítida. A continuación, desde el istmo de Corinto, viene Dionisio, "el dios del advenimiento".




Esta vez no es el último, sino el penúltimo. Precede a aquel que "cumplió y cerró, consolando, la fiesta celeste". El último, aunque innombrado, es Cristo. 

Una concentración tan alta de divinidad no es fácil de tolerar. Por eso es una irónica gracia que los celestes se la sustraigan a los humanos:


"Pues a menudo un frágil navío no puede contenerlos,

y el hombre no soporta más que por instantes la plenitud divina."


De esta forma, el "dios del advenimiento" debe volver a la clandestinidad cuando apenas acaba de llegar.

En Nietzsche los dioses reaparecen con una intensidad comparable a la de Hölderlin. De El nacimiento de la tragedia a los Ditirambos de Dionisio y a los "papeles de la locura", sentimos vibrar en sus palabras algo afín a aquel pathos, al menos a la manera de Aristóteles, como término técnico que designa lo que ocurre en los Misterios, donde "no se debe aprender sino sufrir una emoción y alcanzar un cierto estado".

A diferencia de sus contemporáneos, Hölderlin y Nietzsche no escribieron sobre los griegos, sino que ocasionalmente pudieron ser griegos ellos mismos. El comienzo de un himno de Hölderlin hace pensar inmediatamente en ciertos incipit de Píndaro. 

En cuadernos de apuntes de Nietzsche encontramos pasajes que podríamos atribuir a un presocrático, o quizá a Plotino. 

En aquel turbulento período, Nietzsche estaba convencido de que, como la tragedia en la antigua griega, ahora el mito renacería del "espíritu de la música". Donde "música" debía entenderse como sinónimos de Richard Wagner.

Por tanto, sólo hacía falta reconocerla ya que "frente a la música nos comportamos como se comportaba el griego frente a sus mitos simbólicos".

En consecuencia: "Así la música ha engendrada de nuevo el mito entre nosotros."

La música habría sido el líquido amniótico necesario para desarrollar un oscuro proceso, gracia al cual seríamos capaces de volver a "sentir míticamente".


Roberto Calasso: LA LITERATURA Y LOS DIOSES

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