LA ESPAÑA MOZÁRABE

 Con la arrolladora invasión que sobrevino en 711, la mayor parte de España quedó sujeta a dominio musulmán. Los principales centros de vida romano-goda -Toledo, Hispalis, Córdoba, Mérida, Tarraco, Cesaraugusta- permanecieron de cuatro a cinco siglos sometidos a influencia árabe. Toledo durante 370 años, Sevilla durante 530. La población cristiana que vivió sometida a los invasores se llamó mozárabe o "arabizada".

Es antigua la opinión de que en la España musulmana la romanidad pereció en seguida, y que allí, desde el segundo siglo después de la invasión, se hablaba árabe únicamente o poco menos. Así, Aldrete, Mariana, Barriel, Martínez Marina y otros muchos, desde el siglo XVII al XIX, pensaron que, a partir del siglo IX, al menos, el árabe era general y el latín dejó de ser entendido.
Verdad es que Simonet rebatió los testimonios por esos autores alegados, pero los argumentos de Simonet fueron contradichos a su vez por G. Baist, quien sentó de nuevo que, a partir del siglo X, no hay ya claros indicios de conservación de lengua romance en la España árabe.
Eminentes filólogos, como F. Hanssen, tienen por buena la opinión de Baist. 
Pero la crítica de Baist frecuentemente olvidaba los argumentos que le estorbaban. Veremos cómo los mozárabes hubieron de conservar siempre su lengua románica.
La historia de los mozárabes se desarrolla en tres períodos bien distintos.
El primer período es de rebeldía, de heroísmo y de martirio. Duró hasta 932, fecha de la sumisión de Toledo al poder califal.
Los muladíes o españoles renegados se apoyaban a menudo en los mozárabes para negar obediencia a los califas de Córdoba. En esos movimientos autonomistas, los renegados eran siempre el elemento directivo, por su entronque con la organización oficial musulmana.
Toledo empieza sus sublevaciones a fines del siglo VIII, y bajo la protección de Ordoño I (850-866) se construyó en una especie de República autónoma. Zaragoza, desde 788, formó un Estado regido por el español renegado Muza Ben Fortún, fundador de la dinastía muladí de los Beni Casi, ora feudataria de Córdoba, ora aliada de los toledanos, o de los navarros, o del rey de León Alfonso III el Magno, quien enviaba a Zaragoza su propio hijo Ordoño para que allí fuese educado (hacia 880).
Mérida, rebelde también desde antiguo, fue desmantelada por el califa Mohammed en 868; pero en seguida el caudillo emeritense Ben Meruán, que asimismo era muladí o español, se estableció en Badajoz (875), lo fortificó y fundó allí un principado casi independiente, aliado también de Alfonso III por los años de 877.





Este siglo IX es, a la vez, la época de máxima exaltación nacional de los mozárabes. El Concilio de Córdoba de 839, donde asisten tres arzobispos y cinco obispos, muestra el celo del clero andaluz por mantener la unidad religiosa contra la herejía de los que llamaban "acephalos" o, con prosodia romance, acebaleos. En seguida, la degollación de San Perfecto en Córdoba (850) abre una esplendente era de martirios. Los calabozos de la ciudad califal, donde yacían amontonados los confesores de la fe cristiana, entre ellos las Santas Flora y María, resonaban en himnos eclesiásticos y allí, en la prisión, San Eulogio, gran cultivador de heroísmo, escribía el Documentum martyriale para esforzar a las vírgenes en el tremendo sacrificio de muerte (831).
La cristiandad admiró a los nuevos santos, y ciertos monjes de Saint Germain des Prés de París peregrinaron a Córdoba para llevar a su abadía cuerpos y reliquias de estos mártires mozárabes, prometiendo darles en París gran culto y honra.
Entonces, además de San Eulogio, florecen los otros grandes escritores religiosos mozárabes: Alvaro Cordobés y el abad Samsón. No pasemos por alto como Samsón, hacia 864, combatiendo al sacrílego obispo de Málaga, Hostegesi (a quien llama por juego de palabras Hostis Jesu), se reía del mal latín que gastaba el tal obispo al escribir contempti por "contenti", y quidam pestis por "quaedam pestis". Suministra al obispo otra larga lección de gramatical de concordancia, que muestra cuánta rusticidad latina usaban ciertos eminentes clérigos, como el mal obispo malagueño.
Con este dato hay que confrontar el de Álvaro Cordobés, cuyo Indiculus luminosus, escrito en 854, lamenta la gran desnacionalización que cundía entre los mozárabes. Los jóvenes cristianos adoptaban hasta tal punto las costumbres de los dominadores, que se circuncidaban por evitar denuestos, y enamorados de la erudición musulmana, solo se deleitaban en los versos y las fábulas árabes, sólo leían los libros de los infieles, así que, desconociendo los textos latinos, olvidaban el propio idioma: "entre la gente de Cristo apenas hallarás uno por mil que pueda escribir razonablemente una carta a su hermano, y, en cambio, los hay innumerables  que os sabrán declarar la pompa de las voces arábigas y que conocen los primores de la métrica árabe mejor que los infieles".
Estas afirmaciones de Alvaro nos empujan a creer que el romanismo se estaba perdiendo entre los mozárabes; pero nos engañaríamos mucho si no viésemos en las palabras transcritas una gran exageración declamatoria. Debemos, sí, reconocer que los mozárabes más cultos eran bilingües, como el mártir San Perfecto, que hablaba en árabe con sus acusadores.
Pero tanta vehemencia y abultamiento existe en las palabras de Alvaro, que en contra de ellas sabemos que había entre los musulmanes muy altos personajes, o muy venerables por su virtud, que no sabían hablar árabe y sólo se expresaban en lengua aljamiada o romance. 
Por ejemplo, el eunuco Násar, favorito de Abderrahman II, no sabía hablar más que en romance. Así nos lo dice expresamente una anécdota de Aljoxaní al presentárnoslo en una calle de Córdoba, hacia 850, rodeado fastuosamente de su guardia personal y gritando en aljamia a las personas del séquito del cadí o juez.
Otra anécdota del mismo Aljoxaní nos cuenta de un virtuoso cordobés llamado Yenáir (nótese que lleva nombre romance, esto es, januarius, Gener o Giner: enero en castellano), hombre popular y venerado por sus ortodoxas doctrinas musulmanas, el cual no hablaba sino romance, y en su proceso contra el cadí, hacia 836, ante los ministros del califa declara en aljamia y califica al acusado con su diminutivo romance tan expresivo que el monarca Abderrahman II, cuando le fue comunicado por los ministros el texto de la frase quedó convencido de la culpabilidad del enjuiciado y lo destituyó.
Mas dejando aparte estos extremos, repetimos que en general los musulmanes cultos, lo mismo que los mozárabes, serían bilingües.


Ramón Menéndez Pidal: EL IDIOMA ESPAÑOL




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