EL IMPERIO PERSA SASÁNIDA Y LOS COMIENZOS DEL RÉGIMEN TRIBUTARIO

 La economía y la organización monetaria e impositiva son esferas a las cuales se dedica atención sólo con desagrado. No obstante, la economía nos permite arribar al conocimiento de la naturaleza de un Estado en una medida que de lo contrario sólo se consigue a través del estudio de su régimen militar.

Acaso resulte sorprendente que pueda hablarse de hacienda entre los sasánidas. Para ello hay que suponer que se poseen datos sobre ingresos y gastos y que se dispone de las cifras del presupuesto.

Tales cifras se poseen sólo en medida modestísima, incluso en el caso del Imperio Romano y de Bizancio, para no hablar de los Estados medievales, y por consiguiente parece lógico suponer que es todavía más improbable que existan datos referentes a la administración sasánida.

Sin embargo, las obras de los historiadores árabes y sus libros sobre legislación contienen noticias que nos brindan una información auténtica.

Si bien estos datos comienzan tan solo con la reforma impositiva de Cosroes I Anushirván (531-579), las noticias que se poseen sobre ella trazan el paralelo entre la nueva situación y la anterior y permiten que se adquiera una idea de lo pasado.

La reforma impositiva exigía la medición total del país. Si a partir de Anushirván el impuesto territorial comenzó a cobrarse fundándose en el catastro, antes el sistema debía de haber sido distinto.

Los impuestos no los habrán calculado considerando la calidad de la tierra aprovechable para la agricultura, sino según el resultado de la cosecha de año en año.

En efecto, antes de la reforma impositiva mencionada el resultado de la cosecha se estimaba en pie. La recolección no podía iniciarse hasta tanto no hubiese llegado el funcionario del fisco para hacer la tasación. Puesto que esto no ocurría antes de la época de la maduración de las mieses, siempre existía el peligro de que éstas se echaran a perder.

Era un inconveniente que se procuró superar con la modificación del procedimiento. Las normas que regían para la tasación se ignoran, como asimismo la manera en que se efectuaba el pago del tributo.

En ninguna parte se dice si éste se hacía en dinero o en productos, o si ambos tipos de pago se combinaban o alternaban. Pero hay consideraciones generales que permiten formarse una opinión al respecto.

Durante el reinado de los aqueménidas, o sea en la Persia antigua, el importe de las contribuciones se fijaba según las necesidades del momento y podía pagarse en metales preciosos o en productos. 

Los metales preciosos se aportaban en forma no amonedada y la acuñación dependía exclusivamente de la voluntad del soberano. En sus manos estaba fijar la relación de valor entre las monedas de plata y las de oro y modificar el curso en provecho propio según las reservas de metales no amonedados que tenía en custodia. Además, le correspondía el aprovechamiento de lo que ingresaba en productos, cuyo volumen superaba ampliamente sus necesidades.



También los gastos que debían afrontarse para la corte, el ejército y los funcionarios podían abonarse en dinero o en productos. Cuando se recurría a la modificación del curso del patrón de oro o de plata, o cuando se daba empleo ventajoso al exceso de pagos ingresados en productos, se presentaba la posibilidad de utilidades para la hacienda real.

El Estado romano de la baja Antigüedad (semejante en esto al Estado oriental) se sirvió del mismo sistema alternante entre moneda y productos en el pago de salarios, y lo hizo también con la intención de aprovechar en beneficio propio la condición del mercado.

El comportamiento económico de los diversos Estados que se sucedieron en el Irán se destaca por su sorprendente constancia. Durante el califato abbasí el impuesto territorial se seguía pagando en dinero y especies.

El importe total se calculaba en dinero sobre la base de tasas variables. Por consiguiente, todavía entonces se mantenían ambas formas de pago paralelas como asimismo las manipulaciones a que daban lugar.

Es muy probable que al comienzo de la dominación sasánida se haya empleado este procedimiento, puesto que luego no solo se fijó el impuesto territorial sobre la base del rendimiento de la cosecha, sino que también la cobranza y utilización se habrían hecho según un principio igualmente variable, que era el precio en el mercado.

Nuevamente, el gobierno parece haberse reservado el derecho de actuar en forma perjudicial para los contribuyentes y en provecho propio. En consecuencia, si la oferta de productos era grande, en el caso de cosechas abundantes o cuando existían excedentes de provisiones y descendía el precio en el mercado, se exigía dinero.

En cambio, cuando la cosecha era pobre y aumentaba el precio en el mercado, se reclamaba el pago en productos.

Si en el primero de los casos ingresaban en el fisco fuertes sumas de dinero, se reducía aún más el precio en el mercado. Y si en el segundo caso se recibían productos en abundancia, el precio en el mercado se elevaba.

Es de suponer que los recaudadores de impuestos, a quienes este sistema les permitía hacer negocios en beneficio propio, efectivamente hayan procedido así. Y estos negocios, a juzgar por la moral impositiva y monetaria prevaleciente, deben de haber sido considerables.

La tasa del impuesto territorial que se cobraba atendiendo al rendimiento de la cosecha era escalonada. Los tributos se fijaban en los diversos distritos según cuotas uniformes, pero que oscilaban entre un tercio y una sexta parte, mientras en otras regiones fluctuaban entre la mitad y un décimo del rendimiento.

Cuando las condiciones para el cultivo eran buenas, en particular donde el riego era abundante, se abonaba la tasa elevada, y la baja se aplicaba cuando las condiciones eran desfavorables. Por consiguiente, en apariencia la distribución de los impuestos se hacía de acuerdo con una repartición justa en la carga.

La fijación del importe de las cuotas de impuestos se hacía no solo según las condiciones de cultivo más o menos favorables, sino también de acuerdo con la distancia que separaba a los predios de las ciudades. 

La práctica sasánida de fundar ciudades, hecho que despertaba mucho orgullo, tenía por objeto que a cada ciudad correspondiera un distrito rural. Estos distritos próximos a las ciudades abonaban la tasa más elevada y las cuotas disminuían a medida que se alejaban de las ciudades.

Por lo tanto, se producía la situación siguiente: las tierras que rodeaban el centro urbano debían soportar las más pesadas obligaciones impositivas, mientras los distritos alejados pagaban sus tributos a la caja real en forma decreciente al estar más apartados.

En el Imperio Sasánida las ciudades eran fundaciones reales. Cuanto más próximo se hallaba un distrito rural a una de estas ciudades, tanto más elevados eran los impuestos que podían exigir los funcionarios reales.

Por ende, los ingresos menores procedentes de las regiones más alejadas significaban una disminución del poder del soberano. ¿A qué se debía que dichas comarcas se sustrajeran en parte al pago de tributos a las cajas estatales y quién impedía que se cobrara el importe total?

Según la estructura social del Imperio Sasánida, sólo los terratenientes locales podían ser los responsables de esta situación. Si las ciudades eran ciudades reales, los distritos que les correspondían eran tierra real, y en cambio las propiedades de los grandes terratenientes se encontraban más alejadas.

Estos latifundios ya existían cuando arribaron al poder los Sasánidas, que sólo rara vez lograron reprimirlos. Aunque formularon sus pretensiones a la herencia legítima, no pudieron hacerlas totalmente efectivas debido a la forma en que estaba distribuido el poder. 

Los reyes locales o sea los reyes de los distritos rurales, subsistieron a pesar de haber reconocido la soberanía sasánida, visto desde otro ángulo, se dividía, pues, en dos sectores.

Por un lado existían regiones sometidas a la inmediata autoridad real y por otro tierras que pertenecían a la nobleza terrateniente, donde la autoridad central se ejercía sólo en forma mediata.

Las tasas de los tributos que se abonaban en los sectores descritos en primer término eran las más elevadas, menores en el segundo caso, e iban disminuyendo a medida que las propiedades de los terratenientes se encontraban más alejadas de los centros donde se imponía la autoridad real.

Por consiguiente, una monarquía que se proponía un incremento de la influencia de su poder debía tratar de aumentar en la máxima medida posible las fundaciones de ciudades reales con el consiguiente agregado de tierras, pues esta política tenía por resultado que las regiones así afectadas pasaran de una dominación mediata a una directa e inmediata, y de un aprovechamiento impositivo parcial a otro total. 

De esta manera la historia de la fundación de ciudades se convirtió en reflejo de la lucha entre la monarquía y los terratenientes.


Franz Altheim: EL IMPERIO HACIA LA MEDIANOCHE

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