TAMERLAN Y ENRIQUE III DE CASTILLA Y LEON


Europa se estremeció cuando supo que el gran sultán Bayaceto había sido vencido por el emperador Tamerlán (1336-1405). Era el hombre que dominaba el Medio Oriente y acababa de deshacer el empeño musulmán de conquistar el mundo.

Su nombre era Timur Bec. En España se le conocía como el Gran Tamerlán de Persia. 

Bayaceto había derrotado a los cristianos en Nicópolis y amenazaba Constantinopla. La caída de 1453 estaba a punto de realizarse a comienzos de ese siglo, 

Tamerlán aplastó a Bayaceto en la batalla de Ankara (1401). Esta batalla dejó 200.000 muertos entre dos ejércitos que se acercaban a los dos millones de guerreros. 

La noticia de este hecho, que parecía sobrenatural, asombró a Occidente. Cronistas e historiadores, poetas y dramaturgos la inmortalizaron. El nombre de Tamerlán fue visto como algo divino.

El poder de Bayaceto había desaparecido. El milagro lo había hecho un persa, un hombre que no era cristiano ni musulmán, que adoraba a un dios indefinible y avanzaba sobre la tierra con 400.000 hombres de a caballo y 600.000 de a pie.

Enrique III de Castilla y de León, cuando tuvo noticia de este triunfo que salvaba al cristianismo y a Europa, envió una embajada a Tamerlán para felicitarlo. 

Enrique III, que soñaba con la conquista de Granada, cuidaba mucho las relaciones internacionales. Sus embajadores se dirigían a los sultanes de Babilonia y de Egipto, a los reyes de Túnez, de Fez y de Marruecos y otras figuras del Oriente y del Africa.

Tamerlán, gran guerrero, tal vez uno de los conquistadores más crueles que hubo sobre la Tierra, respondió a la cortesía del rey hispano con otra embajada que, entre otros presentes, devolvió a tres mujeres cristianas, húngaras, que terminaron casándose con nobles españoles.

Enrique III despachó otra embajada a Tamerlán, que partió del puerto de Santa María el 21 de mayo de 1403 y volvió a Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406. 

Alguien escribió el relato de esta viaje tan leído después del descubrimiento de América. Argote de Molina, en la edición sevillana de 1582, asegura que su autor fue Ruy González de Clavijo, conocido poeta madrileño.

El americanista Jiménez de la Espada atribuye la obra a otro poeta, Alonso Fernández de Mesa.




Francisco López Estrada piensa que pudo escribirlo el franciscano, maestro en teología, Páez de Santamarina, que también hizo el viaje.

Hay dos manuscritos del siglo XV que conservan esta historia. Uno se encuentra en el Museo Británico de Londres y el otro en la Biblioteca Nacional de Madrid.

Otra edición, después de la primera en 1582, se hizo en Madrid en 1782.

En 1943 se imprimió el manuscrito de Madrid.

Sábese de Tamerlán, según la vida que de él escribió Pedro de Mejía, en su Silva de varia lección (Sevilla, 1540), que fue origen muy humilde, soldado pobre o cuidador de bueyes. Formó un pequeño ejército de salteadores. Venció a una tropa del rey de Persia y la convirtió en su seguidora. Destronó al rey y conquistó Siria, Armenia, Babilonia, Mesopotamia, la Escitia asiática, Albania y el Asia Menor. Su ejército llegó a tener un millón de hombres.

Fue así como se encontró con el sultán de Bayaceto, que había puesto sitio a Constantinopla. Lo venció y encerró en una jaula de hierro, encadenado. Cuando comía lo obligaba a ponerse debajo de la mesa, como un perro y alimentarse con lo que él arrojaba al suelo. Cuando subía a caballo lo utilizaba como estribo. De ese modo lo exhibía por toda Asia Menor.

Conquistó Egipto, Esmirna, Antioquía, Trípoli, Damasco y otras ciudades del Próximo Oriente. Cuando sitiaba una ciudad hacía decir a los sitiados que si se rendían el primer día los perdonaba; el segundo, mataba a los jefes de la ciudad y de cada familia; y el tercero, a todos. La ciudad era saqueada y destruida hasta los cimientos.

Cuando Tamerlán murió, a los 68 años, no dejó sucesor.


Enrique de Gandía: NUEVA HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA


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