EL LENGUAJE ÉPICO
Los poemas heroicos se proponían evocar, engrandeciéndolos, hechos pasados, reales o ficticios, ante el auditorio de los castillos y las plazas, encariñado con sus leyendas.
La narración discurría llena de expresiones cristalizadas por la tradición y repetidas como fórmulas rituales. En el Cantar de Mio Cid, el nombre del héroe va acompañado de la frase "el que en buen hora nació" o "el que en buen ora ciñó espada".
Los caballeros valerosos reciben el epíteto de "ardidas lanzas", y su máxima proeza en el combate consiste en que la sangre enemiga les gotee hasta el codo después de haber teñido la espada, "por el cobdo ayuso la sangre destellando"; la meditación se indica siempre con el verso "una grant hora pensó e comidió"; y el dolor de la separación, con una comparación afortunada, "asís parten unos de otros como la uña de la carne".
Había, pues, una fraseología consagrada, grata a los juglares y al público.
La épica conserva unos lingüísticos arcaizantes, que daban sabor de antigüedad al lenguaje, a tono con la deseada exaltación del pasado, y que a la vez servían para encontrar asonancias. Por eso nuestros poemas mantenían en las rimas la E final de laudare, male, trinidade, señore, y añadían esta E a palabras que originariamente no la tenían: sone "son", vane "van", diráde "dirá", consejárade "aconsejará", alláe "allá".
Destinada a un público señorial, la epopeya, evita las palabras que pudieran ser demasiado vulgares: el Cantar de Mio Cid prefiere siniestro y can a izquierdo y perro, considerados, sin duda, como voces plebeyas.
Las juglares extremaban la libertad sintáctica, empleando giros especiales como las aposiciones Atiença las torres, Burgos la casa, Burgos essa villa, París essa ciudad, en vez de usar "las torres de Atienza", "la ciudad de París".
Aprovechaban construcciones usadas en el lenguaje coloquial, pero nunca tan frecuentes en la literatura como en los textos épicos. Así llegó hasta el Romancero la profusión de demostrativos, que acentuaba el poder evocativo del relato: "Sobre todas lo lloraba/ aquesa Urraca Hernando,/ ¡y cuán bien que la consuela/ ese viejo Arias Gonzalo!"
También la perífrasis querer + infinitivo con el sentido de "ir a", "estar a punto de": "Media noche era por filo, los gallos querían cantar".
En las enumeraciones es típico el empleo de tanto, más expresivo, en lugar de mucho:
"Veriedes tantas lanças premer e alçar
tanta adáraga foradar e passar,
tanta loriga falssar e desmanchar,
tantos pendones blancos salir vermejos en sangre,
tantos buenos cavallos sin dueños andar..."
(Mio Cid, 727-31)
El uso de los tiempos verbales era particularmente anárquico. El narrador saltaba fácilmente de un punto de vista a otro. Tan pronto enunciaba los hechos colocándolos en su lejana objetividad (pretérito indefinido), como los acompañaba en su realización, describiéndoles (imperfecto).
Hasta el pretérito anterior o el pluscuamperfecto perdían su valor fundamental de prioridad relativa para tomar el de simples pasados. De pronto la acción se acercaba al plano de lo inmediatamente ocurrido (perfecto), o disfrazada de actualidad presente, discurría más real -como si dijéramos, visible- ante la imaginación de los oyentes.
El tono es vigoroso; hay versos cuya energía varonil parece un eco del fragor del combate.
Pero también, con sobria dignidad, hablan en el Poema del Cid sentimientos más suaves: el amor conyugal, la profundidad íntima del dolor, la incertidumbre del futuro, la admiración ante la hermosura de la naturaleza.
Rafael Lapesa: HISTORIA DE LA LENGUA ESPAÑOLA
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