CHACAREROS, ALMACENEROS, CRÉDITO Y PRODUCCIÓN
En Argentina el crédito agrario oficial estuvo por mucho tiempo limitado al que otorgaba el Banco Hipotecario Nacional, destinado a beneficiar a los terratenientes (y muchas veces a los intereses especulativos de los más grandes) y manteniéndose lejos del alcance de los chacareros.
Esto no supuso una ausencia absoluta de crédito para esos productores. Por el contrario, el crédito existía y estaba al alcance de la mano de cualquier agricultor. Sólo que, ante la carencia de vías de crédito formal, barato y a largo plazo a cargo de instituciones estatales, el agricultor medio de la región pampeana tuvo que conformarse con el circuito informal y más costoso- aunque perfectamente aceitado- que definían las personas e instituciones locales.
Entre los actores locales se destacaban los comerciantes rurales, propietarios de ALMACENES DE RAMOS GENERALES, que ofrecían las cuentas de crédito a los agricultores asentados en su área de influencia.
En estas cuentas los chacareros iban anotando sus deudas a lo largo del año para satisfacerlas recién luego de la cosecha. Allí obtenían la semilla y las herramientas básicas para la siembra (arados y rastras) y las bolsas para el grano cosechado.
No era raro que el almacenero, cuando no lo hacía el mismo propietario del campo, les adelantara el importe del arrendamiento, cuyo primer semestre se pagaba por adelantado. También les adelantaba el jornal de los peones: los pocos que contrataban para la siembra o los más numerosos e ineludibles de la cosecha.
Finalmente, las cuentas también se engrosaban con el fiado de artículos básicos para la alimentación y el vestido con los que el chacarero y su familia se mantenían hasta la cosecha.
Cuando llegaba la cosecha, el almacenero se convertía en el primer aspirante al producto, pues a él le vendían su trigo los agricultores, cancelando con el grano las deudas contraídas durante el año agrícola.
De esta manera, para el agricultor medio de las pampas el almacenero representaba la viva imagen del mercado: de artículos de consumo, de insumos agrícolas y de crédito durante todo el año.
El almacenero era también el mercado del grano, que no llegaba al agricultor sino a través de la costosa mediación de estos comerciantes que compensaban los altos riesgos de operar en este medio con el bajo precio que pagaban por el cereal. Esta era la cara más visible del costo de este crédito informal.
Pero no era la única cara. Porque cuando a esta relación -hasta allí estrictamente comercial- se agregaba el hecho de que muchos de estos comerciantes eran a su vez, si no los dueños, los locadores de las tierras que cultivaban los agricultores, éstos terminaban asumiendo también otros costos.
No era raro, en efecto, que los almaceneros, con el objetivo de profundizar y ampliar las múltiples relaciones que ya tenían con los chacareros, arrendaran campos de generosas dimensiones, al sólo efecto de subarrendarlos a agricultores.
Cumpliendo ahora el rol de mercado inmobiliario local, estos comerciantes muchas veces eran un buen camino para acceder a la tierra para agricultores recién llegados y sin recursos.
Pero el precio que pagaban éstos por esas facilidades era en general muy alto en términos de las libertades para organizar la producción, ya que los contratos que firmaban eran muy cuidadosamente pautados, fijando cláusulas que obligaban al locatario a comprar los insumos en la casa de comercio del locador o a vender allí sus cosechas.
A falta de otros recursos estos comerciantes eran el alma del crédito al agricultor en la región pampeana. Ellos recorrían año a año los azarosos caminos de la agricultura al lado de los chacareros, compartiendo en más de un sentido el riesgo de financiar una actividad que sólo prometía una buena cosecha de cada tres.
Pero si aun así habían decidido correr el riesgo fue porque habían encontrado los mecanismos para compensar esas pérdidas con otras ganancias.
Podían recurrir a las compañías de seguro, a las cooperativas de productores, a los mismos dueños de campo, a otros chacareros o a simples particulares convertidos en improvisados prestamistas.
Los peones y jornaleros también trabajaban A CRÉDITO, ya que cuando no se les pagaba a través de los almaceneros, también aceptaban precarias obligaciones de pago.
El paisaje de este sistema informal de crédito delineaba un universo infinito de pagarés, vales y cuentas que circulaban y se negociaban como si fuera dinero.
Estos documentos tenían plazos cortos y ostentaban montos modestos, pero servían para facilitar la vida productiva y daban liquidez a un sistema crónicamente escaso de moneda.
Como ocurría en tiempos del ovino con la esquila, todos los tenedores de estos documentos esperaban ansiosos su realización en el momento de la cosecha. Si esta era buena y los precios no resultaban excesivamente bajos, alcanzaba para saldar todas las deudas y ahorrar algo para el próximo ciclo.
Si por el contrario se malograba o se desplomaban los precios -circunstancias que no eran nada extrañas-, las deudas eran impagables y, si sus acreedores no tenían la paciencia de esperar otro año, terminaban en embargos y quiebras.
No por nada la gran mayoría de las demandas judiciales que abundan en los archivos de los juzgados de los pueblos se entablaban contra agricultores, por falta de pago de cuentas de almacén, pagarés, salarios, primas de seguro o arrendamientos.
Juan Manuel Palacio: CHACAREROS PAMPEANOS
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