ATAQUE PERSA SOBRE BIZANCIO EN EL SIGLO VII. PALESTINA, SIRIA, ASIA MENOR Y EGIPTO

 

Al llegar el emperador Heraclio al trono la situación del Imperio Bizantino (o Imperio Romano de Oriente) era grave en extremo. Los persas amenazaban por el este, los ávaros y eslavos por el norte, y en el interior reinaba la más completa anarquía tras el desgraciado gobierno de Focas.

El nuevo emperador no tenía recursos pecuniarios ni fuerzas militares suficientes. Este conjunto de cosas explica los hondos trastornos que conmovieron el Imperio en la primera parte del reinado de Heraclio.

En 611, los persas emprendieron la conquista de Siria ocupando Antioquía, la ciudad más importante de las provincias orientales bizantinas. Damasco no tardó en caer en manos persas. Conclusa la conquista de Siria, los persas marcharon sobre Palestina y el 614 cercaron Jerusalén, que resistió 20 días.

Pasados éstos, las torres de ataque y los arietes persas abrieron brecha en las murallas. La ciudad fue entregada al pillaje y los santuarios cristianos destruidos. La iglesia del Santo Sepulcro, erigida por Constantino el Grande, fue incendiada y saqueados sus tesoros.

Los cristianos sufrieron vejaciones intolerables cuando no la muerte. Los judíos de Jerusalén se pusieron al lado de los persas, participando en las matanzas, en las cuales, según algunas fuentes, perecieron 60.000 cristianos.

Muchos tesoros fueron transportados a Persia desde la ciudad santa. Una de las reliquias más veneradas de la Cristiandad, la Santa Cruz fue llevada a Ctesifonte. Entre los prisioneros enviados a Persia estaba Zacarías, patriarca de Jerusalén.

Esta devastadora conquista de Palestina por los persas y el pillaje de Jerusalén representan un momento crítico de la historia de la provincia palestiniana.




La invasión arruinó la agricultura, despobló las ciudades, aniquiló gran número de conventos y monasterios, detuvo el desarrollo del comercio. Aquella invasión libertó a las tribus merodeadoras árabes de las convenciones que las trataban y del miedo que las retenía, y así comenzaron a fundar la unidad que hizo posibles las grandes invasiones del período posterior. Palestina entra de tal suerte en ese período turbulento que se prolongó hasta avanzado el siglo XX.

La facilidad con que los persas señorearon Siria y Palestina se explica en parte por las condiciones religiosas de la vida de aquellas provincias. La mayoría de los pobladores, sobre todo en Siria, no compartía la doctrina ortodoxa oficial sostenida por el gobierno de Constantinopla. 

Los nestorianos, y después los monofisitas, que habitaban en aquellas regiones, vivían duramente oprimidos por el gobierno de Bizancio, y por tanto preferían la dominación de los persas, adoradores del fuego, entre quienes los nestorianos gozaban de una libertad religiosa relativamente grande.

La invasión persa no se limitó a Siria y Palestina. Parte del ejército persa, tras cruzar todo el Asia Menor y tomar Calcedonia (a orillas del mar de Mármara, junto al Bósforo), acampó cerca de Crisópolis, hoy Escútari, frente a Constantinopla, mientras otro ejército persa se preparaba a conquistar Egipto.

Alejandría cayó entre los años 618 y 619. En Egipto, lo mismo que en Siria y Palestina, la población monofisita no apoyó fuertemente al gobierno bizantino y aceptó jubilosamente el dominio persa.

Para el Imperio Bizantino la pérdida de Egipto fue desastrosa. Egipto era el granero de Constantinopla, y una suspensión de los suministros de grano egipcio debía obrar gravemente sobre el estado económico de la capital.


A. A. Vasiliev: HISTORIA DEL IMPERIO BIZANTINO

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