SUPERVIVENCIAS PAGANAS EN EL MEDIOEVO
En términos generales, en el apogeo de la civilización rural (siglos XIII-XIX), los elementos más manifiestamente paganos de la religiosidad campesina ya se habían eliminado hacía tiempo: el culto a las piedras, árboles, plantas y a los animales en su significación primigenia ya no existe. Engastadas en figura leñosa, las piedras de la luna se transformaron en Vírgenes negras, y los evangelizadores cristianos quemaron ídolos monstruosos y tallaron árboles divinizados hasta época bien tardía.
Legiones de santos se instalaron a hurtadillas en lugar de las fuentes y bosques sagrados, personalizando el antiguo paganismo folklórico sin hacerlo desaparecer, por otro lado.
San Medardo manda sobre las lluvias, santa Bárbara protege de las tormentas; y centenares de santos taumaturgos, arteramente emplazados junto a las fuentes milagrosas, vigilan de la cabeza a los pies los respectivos órganos de los enfermos que acuden a curarse.
La Iglesia, sobre todo después del concilio de Trento (años 1545 y siguientes) se esforzó un poco por recordar a los aldeanos que los santos y también la Virgen no eran sino simples intercesores ante la Trinidad. Pero para los campesinos que celebraban el culto de san José o de san Antonio, esta casuística no tenía el menor significado. Desde su punto de vista, el santo estaba dotado de poderes personales y no había por qué recurrir a la intervención del Todopoderoso para obtener en esta vida tal o cual gracia.
En esta perspectiva, el santo seguía siendo un pequeño dios rústico y hasta turístico (como es el caso de las peregrinaciones), y el paganismo estaba todavía muy cercano. Por lo demás, era mucho mejor no atacar con excesivo rigor la teología defectuosa, pero eficaz y creíble, forjada en las aldeas para uso de los campesinos.
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