LA BRUJERÍA EN EL MEDIOEVO
Muchas de las acusaciones contra las personas acusadas de brujería se ajustaban, según un procedimiento que era, por lo demás típico de los autores medievales cuando de herejía se trataba, a un viejo bagaje temático y polémico.
La orgía sexual en la oscuridad es uno de los ejemplos que podría aducirse. A propósito de los animales, sin embargo, ya Alano de Lila había querido derivar el término "cátaro" de cattus (gato) porque, según él, los adeptos de esta secta adoraban al demonio bajo esta forma y le tributaban el osculum infame.
En los mismos temas había insistido Walter Map. Y da la impresión de que fue sobre los fragmentos de la perseguida herejía cátara sobre los que se centró la obsesión de la "Iglesia de Satanás", de la "Anti-iglesia", que había de dominar a Occidente hasta bien entrado el siglo XVII.
Pero ya a fines del XII, Cesario de Heisterbach había denunciado otra práctica de pacto y sujeción de los herejes respecto del demonio, práctica destinada a la celebridad en relación con el osculum infame: el pacto por escrito.
Debe destacarse que las denuncias relativas a los diferentes aspectos rituales de estas reuniones formuladas inicialmente en relación con casos precisos y limitados en sentido espacio-temporal, tendieron luego a unificarse y sintetizarse más o menos artificialmente para dar la impresión de que el interior de cualquier episodio concreto que pudiese parecer pertinente a la inquietante categoría de los hechos brujesco-demonolátricos, se escondía toda una práctica litúrgica y organizativa coherente y articulada.
De cualquier modo, la existencia de ambientes en que se practicaban cultos de contenido esotérico, que en el contexto de las fuentes podrían tener origen gnóstico (y son conocidos los vínculos de gnosis y magia), parece confirmada, aunque tenemos poca información y estamos obligados a servirnos solamente de ella.
Y es cierto que determinados datos proporcionados por la citada bula pontificia relativa a los Stedinger (la palidez del rostro o el color negro de la ropa de los iniciadores o las figuras demoníacas), podrían remitirse al catarismo, pero esto sería malinterpretar la realidad porque se trata sólo de símbolos usados anteriormente, y a los que se podría referir como precedentes mistéricos antiguos, o como justificaciones literarias patrísticas, o bien motivaciones arquetípicas.
Lo que sí podemos asegurar es, en cualquier caso, que, a partir aproximadamente de la mitad del siglo XIII, la sombra inquietante de la herejía comenzó a extenderse sobre viejas, presumibles y hasta toleradas prácticas brujescas, supersticiones post-paganas en la profunda Europa rural y pastoril.
La procesión nocturna de espíritus demoníacos y ánimas de difuntos que servía de cortejo a algunas divinidades femeninas de la fecundidad -la "compañía de Diana"- fue transformándose progresivamente en la cabalgata brujeril, y así como el Canon Episcopi había condenado a quienes daban fe de estos hechos, al mismo tiempo y por el contrario, comenzó a creerse en su realidad, para determinar lo que era pecado: no sólo creer, sino también participar.
El discurso canónico-teológico se superpuso a la tesis agustiniana demonizadora de las divinidades paganas, de donde nació el simulacro de la constante amenaza del diablo y -por encima de todo- de sus incondicionales, sobre la humanidad.
(continuará)
Franco Cardini: MAGIA, BRUJERÍA Y SUPERSTICIÓN EN EL OCCIDENTE MEDIEVAL.
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