EL TESORO VISIGODO
Alarico organizó metódicamente la confiscación de los tesoros acumulados por los emperadores romanos. De esta forma -según dice el historiador Procopio, compañero de armas del famoso general romano Belisario, en el libro II de su DE BELLO GOTHICO-, el tesoro del templo de Jerusalén cayó en manos de los visigodos. Como escribe Amédee Thierry:
"Los equipajes de los godos estaban llenos de un inmenso botín, del que a menudo se hace mención en la Historia. Por su parte, el jefe se quedaba con los objetos más raros, que constituyeron después de él el tesoro de los reyes visigodos. El escrupuloso cristiano visigodo que había respetado el tesoro del apóstol san Pedro (*), dio buena cuenta del tesoro del rey Salomón, traído de Jerusalén por el emperador Tito."
Tras la ocupación de Roma, Alarico prosiguió su campaña militar hacia el Sur, hasta los Abruzzos; pero no gozó durante largo tiempo de sus éxitos: en diciembre de 410, la enfermedad acabó con él en Cosenza.
Si hemos de creer a Jordanes (el historiador de los godos), los soldados del rey desviaron el curso de un torrente llamado el Barentin, excavaron una fosa en él, depositaron en su interior el cuerpo de Alarico, sobre su caballo, junto con un rico ajuar funerario, volvieron las aguas a su curso y luego mataron a todos los obreros que habían participado en los trabajos, a fin de que se conservara secreto el emplazamiento de la sepultura.
Así, Alarico el Grande reposaría en Calabria bajo un curso de agua, símbolo del curso inexorable de la vida y del río que se ha de cruzar para llegar al apacible más allá, pagando el óbolo. Y como quiera que el óbolo de un rey no podía ser mezquino, era enterrado con sus joyas.
Este relato es discutible, por lo menos en un punto. En efecto, los dos únicos tesoros de los reyes godos que poseemos -los de Petroasa y Fuente de Guarrazar- no fueron encontrados en tumbas.
Inmediatamente después de la muerte de Alarico, su cuñado y sucesor Ataúlfo (410-415) estableció el reino visigodo en Occitania. Toulouse se convirtió en su capital, y en el Château Narbonnais conservó Walia el tesoro real y el Tesoro Antiguo.
Pero menos de un siglo más tarde, y ante la amenaza franca, los reyes visigodos trasladaron el Tesoro Antiguo a Carcasona. ¿De qué constaba? Ante todo, de la misteriosa Mesa de Esmeralda. En segundo lugar, del Missorium. Finalmente, de los utensillos sagrados procedentes del templo de Jerusalén. Y éste no había cambiado de lugar en 508, cuando Clodoveo, tras haber derrotado y dado muerte a Alarico II en Vouillé (507) y ocupado Toulouse, puso sitio inútilmente a Carcasona.
Carcasona fue salvada sólo gracias a la intervención del rey de los godos de Italia, Teodorico el Grande. Éste, que aseguraba la regencia durante la minoría de Amalarico, hijo de Alarico II, consideró que Carcasona se hallaba demasiado expuesta y trasladó a Rávena el Tesoro Antiguo.
Pero -siempre según Procopio- cuando los godos entraron de nuevo en posesión de toda la región que se extiende entre Durance y Carcasona, Amalarico, ya mayor y rey, se hizo restituir el Tesoro Antiguo.
A partir de este momento se pierde la pista del tesoro del templo de Jerusalén. Esto es tanto más extraño cuanto que los cronistas nos informan, con grandes detalles, de la suerte de otras piezas mucho menos importantes pertenecientes a los visigodos y capturadas en Occitania.
Gérard de Sède: EL MISTERIO GÓTICO
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(*) El 22 de agosto de 410, Alarico tomó Roma. Hizo que acudiera inmediatamente a su presencia Átalo y, para demostrar que era sólo un emperador títere, lo revistió y despojó ante la multitud varias veces seguidas de la púrpura imperial.
A la vista del ejército de los godos que marchaban al son de las trompetas y entonando cánticos de acentos salvajes, los habitantes se encerraron en sus casas. Si permitió a los soldados saquear a su talante y encender hogueras, Alarico les prohibió coger objetos del culto cristiano. A uno de sus oficiales que se había apoderado de vasos preciosos que pasaban por haber pertenecido a san Pedro, le obligó a restituirlos y le dijo: -Hago la guerra a los hombres, no a los apóstoles.
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