ESTEBAN ECHEVERRÍA. PENSADOR, LITERATO Y POLÍTICO

 

La manera como Echeverría educó y formó su gusto explica en parte lo que puede encontrarse de bueno y de malo en sus versos. Fue pensador antes que poeta, y concibió la poesía principalmente como obra de civilización, como magisterio social.

Su influencia política, que fue muy activa, aunque enteramente teórica y doctrinal, es inseparable del pensamiento de sus versos. Lo cual quiere decir que la vocación poética no fue en él muy espontánea, sino que comenzó a despertarse de un modo deliberado y reflexivo, después de largas vigilias, consagradas principalmente al estudio de las ciencias morales y de la filosofía de la historia.

Esta es la razón capital de la frialdad de muchos de sus versos y de las enfadosas divagaciones filantrópicas a que con predilección se entrega.

Sus primeros estudios habían sido muy descuidados, y su juventud algo licenciosa. Pero desde 1825 se propuso seriamente reformar su educación y emprendió un viaje a París, donde residió cinco años, haciendo pobre, oscura y laboriosísima vida de estudiante, saludando, más o menos de paso, todas las ciencias, pero empapándose con predilección en las doctrinas de la filosofía ecléctica, entonces dominante, y del individualismo liberal y económico; sin dejar de prestar atento oído a las vagas aspiraciones del humanitarismo y de la escuela del progreso indefinido.



Con todo eso formó para su uso un cuerpo de doctrina que luego formuló en EL DOGMA SOCIALISTA y en otros escritos en prosa.

Los tres autores que parecen haber dejado más huella en su ánimo son el apocalíptico Lamennais (a partir de LAS PALABRAS DE UN CREYENTE), el enfático y hoy tan olvidado Lerminier, y el extraño apóstol de la humanidad Pierre Leroux, que todavía lo está más.

De la filosofía y las ciencias sociales pasó a la literatura, donde ardía entonces la lucha entre clásicos y románticos.

Leyó en su original a Shakespeare y Byron; en traducción francesa a Goethe y Schiller, que (en sus palabras) "le conmovieron profundamente y le revelaron un nuevo mundo".

Entonces entró en deseos de poetizar, pero se encontró con que apenas sabía escribir en castellano, ni conocía las reglas más elementales de nuestra versificación.

Resignose a aprender algo de lo que ignoraba, y venciendo la antipatía que todo lo español le causaba, comenzó a estudiar la propiedad de nuestra lengua en libros que no debieron de ser muy numerosos, pero sí selectos: la colección de Capmany para la prosa y la de Quintana para el verso.

Los primeros ensayos poéticos del joven argentino empezaron a correr con estimación entre algunos compatriotas suyos residentes en París, pero ninguna composición suya se había impreso antes de 1830, en que regresó a Buenos Aires, más rico de ideas ajenas que de experiencia del mundo y por lo mismo lleno de esperanzas y deseoso de intervenir en la vida pública, aplicando a ella los altos pensamientos que había aprendido en los libros de los filósofos y publicistas, que habían sido asiduos compañeros de su soledad.

El espectáculo político de su patria, donde comenzaba a incubarse la tiranía de Rosas, le contristó profundamente: "la patria ya no existía".

Su pena moral se agravaba con los padecimientos físicos, iniciándose en él la terrible dolencia del corazón que había de arrancarle la vida.

Expreso así: "Me encerré en mí mismo y de ahí nacieron infinitas producciones, de las cuales no publiqué sino una mínima parte con el título de LOS CONSUELOS."

Pero su estreno literario no fue esta colección, sino un poema titulado ELVIRA O LA NOVIA DEL PLATA, impreso en 1932. Se trata de un poemita con vagas reminiscencias de las baladas alemanas, vale muy poco y, a pesar de su título, carece de todo color americano. 

ELVIRA puede ser la novia del Plata como la de cualquiera otra parte, o más bien, ni ella ni su amante Lisardo son más que fantasmas sin consistencia. La parte imaginativa pertenece al amaneramiento romántico más vulgar: ronda de espectros, sábado de brujas, etc. 

El pesimismo del autor era muy sincero, pero rara vez logra una expresión francamente poética.


Marcelino Menéndez y Pelayo: HISTORIA DE LA POESÍA ARGENTINA


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