LA MAESTRÍA DE LEONARDO CASTELLANI

 

Corría el año 1958. Yo era muy joven y me encontraba en plena etapa de formación "inicial" para llamarla de alguna manera. 

Un panorama nuevo había aparecido a los ojos de mi generación, la que se vio en forma prematura lanzada a la vida política en 1955.

Las especiales circunstancias de entonces favorecieron que muchos equivocaran el rumbo por la falta natural de madurez. por el arrastre de opciones que los reclamaban con urgencia y por la ausencia de maestros, que en medio de ellas, nos recordaran la permanencia de los principios que rigen el obrar político, cuyo discernimiento se hacía harto difícil en medio de la borrachera de las ideologías circundantes.

Tuve entonces la suerte de tener maestros, especialmente un maestro, quien con generosidad y prudencia, me ayudó a orientarme en esas horas difíciles y confusas que coincidían con nuestro nacimiento político y me suministró los elementos para efectuar un análisis realista de los hechos.

Ese maestro fue Enrique von Grolman, gracias a quien conocí a uno de sus amigos más íntimos, el Padre Leonardo Castellani.

Durante el aludido año 1958 una cruel y dolorosa enfermedad fue minando la salud de von Grolman, quien murió ejemplarmente en Febrero de 1959. 



De esa época recuerdo a un Castellani vigoroso, en pleno batallar. 

Al hombre de los largos silencios, al lado del lecho de su amigo. 

A un hombre de fe profunda por más problemas accidentales, disciplinarios y curialescos que lo aquejaran, pero que tal vez influyeran lo bastante en él como para aparecernos muchas veces reservado y distante.

A un sacerdote, en quien nunca palideció su tarea fundamental de "pontífice", constructor de puentes entre el hombre y Dios, de puentes que vincularan las riberas del tiempo con las de la eternidad.

A un amigo verdadero que traducía en actos vitales y concretos el amor al prójimo, testimonio de su amor a Dios.

Este amor al prójimo comprendía como era natural a ese gran prójimo que es la Patria, con la cual, como miembro vivo, padecía sus dolores y vicisitudes.

Hace pocos años volví a tener una relación personal que se tradujo en largas conversaciones con el Padre Castellani.

Allí pude comprobar que tenía enfrente a un Castellani en ciertos aspectos el mismo y en otros aspectos distinto, con más años, con una paz interior inmensa, "estando ya en su casa sosegada".

Más allá -no del bien y del mal- sino de lo accidental y de lo perecedero; más allá de los viejos problemas que tanto lo hicieran sufrir; con sus heridas cicatrizadas: con una nueva perspectiva de ver las cosas que llenaba todo el ambiente y que creo es la perspectiva de los santos.


Bernardino Montejano (H.), 1954

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