LA MUJER CELTA

 La mujer celta podía heredar propiedades y, aunque tras el matrimonio se hacía un reparto equitativo de los bienes de cada cónyugue, tal cosa no afectaba a la propiedad legal correspondiente a cada uno de ellos, de manera que ella podía disponer libremente de sus posesiones. 

Que la mujer podía ser extremadamente rica es un dato que revelan los espléndidos objetos que la acompañaban en la tumba. 

La riqueza iba unida a la autoridad, y si sucedía que la esposa era la más rica de los dos, se le aceptaba como cabeza de familia y por tanto como parte dominante del matrimonio.




Sabemos de la existencia de las mujeres guerreras por el ataque a Delfos, sede del célebre y rico templo en Grecia, así como por otras referencias clásicas, pero las mujeres también podían ostentar mando militar.

Entre las heroínas de la historia británica está Boadicea o Boudicca -su nombre significa "Victoria"-, reina y capitana de los icenos británicos. De notable fortaleza, con su melena roja hasta las rodillas y ondeando como una bandera, rompió las filas de la IX Legión romana en su cuádriga de ejes cortantes.

No se trata de un ejemplo aislado. Se han encontrado armas y armaduras entre los objetos pertenecientes a enterramientos femeninos situados en muy diversas partes del mundo celta (a lo largo de Europa y Asia) y hubo mujeres guerreras en tierras celtas hasta que en el siglo IX se dictaron leyes que lo prohibían. 




Además de su papel de guerreras, parece ser que las mujeres podían asumir de instructoras de armas. Sabemos que el héroe del Ulster, Cuchulainn, fue entrenado por la amazona Scáthach y se ha descubierto algo similar en PEREDUR, un cuento galés. Cuando el héroe intenta defenderse de las brujas que lo atacan en el castillo donde se aloja, una de ellas lo reconoce y le anuncia que será su instructora de armas. Durante tres semanas es el invitado de esta bruja y de sus hermanas, que al final de la estancia le regalan armas y un caballo. 

Estas damas recuerdan aún otro aspecto de la condición femenina celta: la feroz regañona, que describió Amiano Marcelino en el siglo IV d.C. Rápida en pasar de la discusión a la violencia física, nos habla de cómo, con "el cuello hinchado, los dientes rechinantes y blandiendo los enormes brazos cetrinos daba puñetazos a la par que patadas, como si fueran los proyectiles de una catapulta".

La lingüística viene en su apoyo. Los galos alteraron la antigua raíz celta WRAKI y acuñaron el término VIRAGO (mujer de mal genio, arpía; antiguamente, marimacho), que adoptaron los romanos y nos legaron.

Todo esto no debe engañarnos acerca de la importancia que tanto las mujeres como los hombres en las sociedades celtas daban a la belleza y a la sensibilidad. 



La figura, el porte y la indumentaria eran importantes y la mujer celta cuidaba su cutis de manera especial, utilizando jabones. lociones y perfumes para aumentar sus encantos. Así, la protagonista de un antiguo relato es descrita de la siguiente manera. Presta suma atención al lavado de su cabello. Blancas como la nieva caída durante la noche eran sus manos. Suaves y lisas sus mejillas, rojas como una manzana madura. Una lluvia de perlas, sus dientes. Azules como el jacinto, sus ojos. Altos, bien formados y blancos sus hombros. Llevaba la luz sonrosada en su noble rostro. El brillo del amor estaba en sus ojos y el rubor en sus mejillas. En su voz había una dulce dignidad. Su paso era firme y grácil.

Nadie sino los valientes celtas podían merecer a tales beldades.

Estas descripciones provienen de una literatura mitológica a la que bien podría atribuirse la introducción del ideal romántico en Europa.

A algunos no nos resultan desconocidas este tipo de descripciones gracias a los relatos sobre mitos irlandeses escritos por autores como W. B. Yeats, o quizá gracias al MABINOGION (colección de romances galeses medievales). Una gran mayoría las conoce por las historias del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda. 


Ward Rutherford: EL MISTERIO DE LOS DRUIDAS.

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