RITOS Y MISTERIOS METALÚRGICOS

 No se descubre fácilmente una nueva mina o un nuevo filón. Es a los dioses, a los seres divinos, a quienes corresponde revelar sus emplazamientos o enseñar a los humanos la explotación de su contenido.

Estas creencias se han mantenido en Europa hasta un pasado bastante reciente. El viajero griego Nucius Nicandro, que visitó Lieja en el siglo XVI, nos cuenta la leyenda del descubrimiento de las minas de carbón de Francia y Bélgica. Un ángel se apareció bajo la forma de un anciano venerable, y mostró la boca de una galería a un herrero que hasta entonces había venido empleando leña para su horno.

En el Finisterre se cuenta que fue un hada la que reveló a los hombres la existencia de plomo argentífero. Y fue San Peran, santo patrono de las minas, quien descubrió la fusión de los metales.

En otras tradiciones es también un semidiós o un héroe civilizador, mensajero de Dios, el que figura en el origen de los trabajos de las minas y de la metalurgia. Así aparece claramente en la leyenda china de Yu el Grande, "el perforador de las montañas". Yu fue un minero afortunado que saneó la Tierra en vez de apestarla. Conocía los ritos del Oficio.

No haremos hincapié en el rico folklore minero europeo, en los seres misteriosos, como el "maestre Hoemmerling", conocido también por el nombre de "monje de la montaña" o de la "Dama Blanca", cuya aparición anuncia los desprendimientos, ni en los incontables genios, fantasmas o espíritus subterráneos.

Bastará con recordar que la apertura de una mina o la construcción de un horno son operaciones rituales, en las que frecuentemente se manifiesta un asombroso arcaísmo. Los ritos mineros se mantuvieron en Europa hasta fines de la Edad Media. 

Así, la apertura de una nueva mina implicaba ceremonias religiosas. Pero es en otras partes donde habremos de buscar para poder juzgar la antigüedad y complejidad de estas tradiciones. Porque la articulación de los ritos, su fin, la ideología que implican, difieren de un nivel cultural a otro.

En primer término, advertimos la voluntad de apaciguar a los espíritus protectores o habitantes de la mina. El minero malayo, por ejemplo, cree que el estaño está vivo y posee muchas propiedades de la materia viva, por ejemplo, la de trasladarse de un sitio a otro, puede reproducirse y sostiene antipatías o, por el contrario, afinidades especiales con ciertas personas y ciertas cosas. Por consiguiente, se recomienda tratar al mineral de estaño con cierto respeto, tener en cuenta su comodidad y dirigir los trabajos de explotación de la mina de modo tal que el estaño pueda ser obtenido como sin que lo advierta.

Subrayemos el comportamiento "animal" del mineral. Está vivo, se mueve a voluntad, se oculta, muestra simpatía o antipatía hacia los humanos, conducta que no deja de parecerse a la de la pieza para con el cazador.


Mircea Eliade: HERREROS Y ALQUIMISTAS


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