LA EDUCACION PRIMARIA EN LA ANTIGUA ROMA

 En los austeros días de la república, Catón el Censor sostenía que sólo él tenía el derecho de educar a su hijo y se jactaba que él mismo enseñó a su hijo a leer, escribir, defenderse y nadar.

Esto concuerda con lo testimoniado por Plinio que en el pasado cada padre era el maestro de su hijo, y aunque solamente es mencionado expresamente el padre, sabemos por otras fuentes acerca del importante rol desempeñado por las matronas romanas en la educación de sus hijos.

El ejemplo más sobresaliente, por supuesto, es el de Cornelia, la madre de los hermanos Gracco, pero también tenemos referencias de Aurelia, la madre de César, y de Atia, la madre de Augusto.

Durante el Imperio, sin embargo, nos encontramos con un panorama bastante diferente.

En primer lugar, los ricos y poderosos estaban poco inclinados a ocuparse personalmente de la educación de sus hijos. Las mujeres se abandonaban a una completa y fatal holgazanería. 

Las más débiles encontraban en su falta de ocupación una incitación o una excusa para sus excesos licenciosos.

Las mejores trataban de combatir el aburrimiento por medio de un entusiasmo artificioso o pasaban el tiempo divirtiéndose y charlando en los "clubs".

Algunas mataban el tiempo en el hogar, como Ummidia Quadratilla. quien, hasta que murió a los 80 años, pasaba sus días cuando no había espectáculos públicos moviendo hombres sobre un tablero de ajedrez o mirando el estúpido show de los mimos, con quienes había llenado su casa.




Una niñera, frecuentemente griega, estaba encargada de cuidar al niño durante sus primeros años. Quintiliano nos cuenta que de acuerdo al ideal del filósofo griego Crisipo de Solos ella debía ser también un filósofo.

Quintiliano, más práctico en sus consideraciones, enfatizaba que ella debía hablar correctamente, dado que las primeras palabras del niño serían la imitación del hablar de ella.

El alfabeto y la lectura usualmente se aprendían en el hogar. En algunos casos esta instrucción parece haberse confiado al pedagogus, un esclavo que actuaba como tutor, guardián y siervo del niño colocado a su cargo.

Quintiliano demandaba que el pedagogus debía ser una persona bien educada, o en su defecto debía reconocer sus limitaciones.

Equipado con la habilidad de leer, el niño estaba preparado para concurrir a la escuela, aunque sabemos de familias donde la educación continuaba en el hogar hasta que la preparación para los estudios retóricos había concluido.

El hijo mimado de una familia acaudalada disfrutaba poniendo en su lugar a su así denominado "maestro", el lugar adecuado a un siervo, aunque le llamara o no tutor.

Ya en las Bacchides Plauto retrata a un precoz adolescente llamado Pistoclerus quien, para arrastrar con él en sus aventuras amorosas a su tutor Lydus sólo necesitaba recordarle claramente su status servil: "Oye", decía, "¿soy yo tu esclavo o lo eres tú?" 

La instrucción en la escuela elemental, el ludus litterarius, se limitaba a tres cuestiones: lectura, escritura y aritmética.

El maestro (magister) dependía enteramente de los bajos honorarios pagados por los padres de los alumnos y frecuentemente estaba obligado a suplementar tales ingresos con otras actividades.

Aunque el Estado, en la figura del Emperador, se interesó de manera creciente en el apoyo a los maestros y alumnos destacados en los niveles educativos más altos, no existe evidencia de contribuciones públicas a la educación elemental durante el período clásico.

                                                                (continuará)


Jérôme Carcopino: LA VIDA COTIDIANA EN LA ANTIGUA ROMA

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