FRANZ ALTHEIM Y EL CULTO SOLAR EN LA ANTIGÜEDAD
Walter Otto, Leo Froebenius, Karoli Kerenyi y Franz Altheim. Cuatro gigantes de la
cultura centroeuropea nacieron con pocos años de diferencia entre sí. Vivieron
desde diferentes posiciones existenciales el mismo trágico destino de la Europa
del siglo XX. Todos ellos se contraponen
a la vulgata iluminista-materialista, dejando una impronta
indeleble en la cultura contemporánea.
Una de las obras fundamentales de Franz Altheim se titula DEUS INVICTUS,
ensayo histórico sobre el culto solare sincretista que – como una especie de
espléndido atardecer de la antigüedad- se afirmó en la fase terminal del
paganismo mediterráneo.
Altheim nació cerca de Frankfurt del Man en 1898. Su padre era el clásico
bohemio de fines de siglo XIX, un “espíritu artístico” para nada burgués que
terminó siendo abandonado por su mujer.
Altheim experimentó la disolución de su familia en los primeros años de
su vida y poco tiempo después fue testigo del colapso del Reich alemán. De esa
manera rápidamente se fueron desmoronando las certezas existentes hasta el
momento y debió enfrentar de una manera duramente el caos del siglo XX
naciente. Reaccionó ante esa
situación orientándose hacia la investigación de las raíces profundas de su
civilización.
El estudio de los mitos y vestigios materiales de la Antigüedad fue su
método personal para luchar contra el nihilismo. Obviamente, se opuso a la
República Weimar y a su constitución abstracta.
En los tumultuosos años veinte se relacionó con otros investigadores que
presentaban una ecuación personal similar a la suya. Conoció, así, a Walter
Otto, que justamente en esos años formulaba su concepto de lo “sagrado”, y
frecuentó de una manera más amistosa a Leo Frobenius, que indagaba acerca de la
naturaleza de las culturas primitivas.
Con Kerenyi la relación fue conflictiva. El gran historiador húngaro de
las religiones estaba casado con una mujer judía apellidada Lukács. Durante la Segunda
Guerra Mundial la hija de Kerenyi fue deportada por los alemanes y el padre se
dirigió a Altheim para conseguir su liberación. Intercambiaron cartas donde el historiador
húngaro se manifestaba cada vez más desesperado. Finalmente, Altheim a través
de sus relaciones logró que la hija de Kerenyi volviera sana y salva a su
hogar.
En la postguerra la preocupación de Altheim por la suerte de diversos
personas internadas en los campos de concentración le valió el “perdón” por
parte de las autoridades de la Alemania Oriental tras ser arrestado y sometido
a varios interrogatorios.
El profesor Altheim, como típico estudioso germano, consideraba más
importante sus investigaciones que los posicionamientos ideológicos. La
búsqueda de una “existencia tranquila” o con el totalitarismo comunista era
similar a la adaptación lograda con el partido
nacionalsocialista.
Obviamente, apenas pudo Altheim huyó al Oeste. Los años de la postguerra
fueron para él de una extraordinaria creatividad. Dejadas atrás las tragedias
de la guerra, el Herr Professor se concentró en su gran amor: el estudio de la
Antigüedad.
El punto de apoyo de su observación histórica se asentó en Roma, en el
espacio de la civilización grecorromana, pero precisamente para profundizar
mejor en la dinámica de este mundo, Altheim se vio inducido a ampliar el campo
de análisis, para incluir las influencias de Persia y Arabia y a explicar lo
que estaba pasando en Occidente con las grandes dinámicas que partían desde el
vientre de Asia.
Esta revolución historiográfica iba a delinear un nuevo y más amplio
escenario "euroasiático". Los viejos compartimentos historiográficos
se desmoronaron como paredes de papel. Altheim explicaba la cultura de los
proto-latinos (cuyos espléndidos grabados había estudiado en Val Camonica) con
la cultura de los escandinavos. Y explicaba el culto solar que se estableció en
Roma con Heliogábalo y Aureliano con el culto del dios solar Shams, originario
de los desiertos de Arabia.
En el ocaso del mundo antiguo, cuando los dioses individuales del
paganismo primitivo se volvieron más evanescentes, desde Oriente hacia
Occidente -siguiendo precisamente el curso físico del Sol- se difundió un
sincretismo solar. El astro diurno apareció como una síntesis de todos los
matices de lo divino: todas las "personalidades divinas" individuales
aparecían como los diferentes matices de color que pueden existir mientras
brille la luz del Sol.
Heliogábalo trajo a su dios desde Emesa, pero a su vez el santuario
sirio de Emesa había recibido la influencia de esa peculiar forma religiosa
procedente de los desiertos de Arabia. Detalle interesante: el dios solar Shams
era venerado y reconocido a través de la manifestación de una piedra negra. Un dios supremo que brilla sobre todos los
demás, un monolito negro que es su manifestación en la tierra.
Como podemos ver, aquí están los presupuestos de las formas religiosas
islámicas. Obviamente el culto solar no tenía un carácter monoteísta. Ignoraba
esa exclusividad tendiente a la intolerancia y esa forma de "celos"
propia de los monoteísmos. Era más bien un henoteísmo (*): es decir, un culto a
la "recapitulación". La conciencia de los hombres de la Antigüedad
tardía encontraba difícil creer en los mitos antiguos, pero no dejaba de captar
en la luz física del Sol la huella evidente de un Logos divino inefable, inspirador
de todos los mitos, de todas las narraciones religiosas.
La conciencia de los hombres de la Antigüedad tardía encontraba difícil creer en los mitos antiguos, pero no dejaba de captar en la luz física del Sol la huella evidente de un Logos divino inefable, inspirador de todos los mitos, de todas las narraciones religiosas.
Alfonso Piscitelli
------------------------
(*) Término acuñado por Max Müller a partir del
griego henos ("uno") y "theos" ("dios") para
designar una forma de religión en que, si bien se acepta la existencia de
numerosos dioses (politeísmo), se centra la atención en uno solo, considerándolo
muchas veces como representante de todos los demás.
Comentarios
Publicar un comentario