GALERÍA DE CHARLATANES - Pío Moa

 

Pío Moa

Los «charlatanes» del título son una treintena de nombres, en su mayoría historiadores profesionales, que con su mayor o menor prestigio han pretendido dar verosimilitud a la versión oficial sobre la Guerra Civil y la era de Franco. Que es ahora, además, la única «legal» en virtud de la Ley de Memoria Democrática. Sus propagandistas se han beneficiado de ella, pues apuntarse con entusiasmo a esa versión oficial es el peaje que exige el régimen de la Transición a toda carrera que aspire a verse reconocida académica y mediáticamente.

Pío Moa no niega a dichos autores (los Raymond Carr, Paul Preston o Anthony Beevor, entre los extranjeros; los Ángel Viñas, Jan Pablo Fusi o Javier Tusell, entre los españoles) el mérito de tal o cual investigación específica. Pero les acusa de difundir tesis que los hechos desmienten (por ejemplo, el comportamiento democrático de la izquierda durante la Segunda República o la mediocridad personal y militar de Franco) y un enfoque generalmente falso –los célebres «consensos básicos» de ese gremio– que desvirtúa o distorsiona en profundidad lo realmente acontecido en España entre 1931 y 1975.

Un maestro en los detalles que sin embargo falsea el conjunto, con una verborrea destinada a ocultar la verdad pasada en beneficio de la política presente, y que además se niega a debatirla en público para que no queden en evidencia sus carencias es, en sentido estricto, un charlatán. Un embaucador, si nos guiamos por el diccionario de la Real Academia. Moa no ofende a nadie, pues, con la denominación. 
Lo que hace en estas páginas es demostrar lo ajustado del sustantivo, al cuestionar en cada epígrafe algunas de las afirmaciones de esos charlatanes, a quienes lleva desenmascarando sin misericordia intelectual alguna desde la trilogía encabezada por Los orígenes de la Guerra Civil (1999) y luego con el impresionante éxito de  Los mitos de la Guerra Civil (2003).

Puede sorprender que el volumen se abra con unas páginas donde se habla de la reconquista, del Imperio, de la paz y el progreso del siglo XVIII español o de la decadencia decimonónica (o de la vieja querella entre Américo Castro y Claudio Sánchez-Albornoz). 

La forma en la que los historiadores extranjeros entienden la Guerra Civil y el franquismo es muy deudora de los esquemas mentales de la Leyenda Negra en todas sus manifestaciones, no siendo la menor la creencia en una «excepcionalidad» española (por inferioridad congénita, conflictividad interna y atraso económico) a cuya negación ha consagrado Moa varias obras. 

La idea de que los españoles, más que otros pueblos, estamos destinados a matarnos (aquí es tópico el adjetivo cainita) difumina las responsabilidades individuales y, endosa al bando que encarnaría esa tradición histórica –el bando «fascista»–, dejando en el lado contrario a quienes habrían querido superar esa maldición con la luminosa forma de convivencia que nació el 14 de abril.

El problema es que el 14 de abril de 1931 (establecimiento de la II República Española) no nació ninguna luminosa forma de convivencia. En respuesta a Edward Malefakis o Santos Juliá, Moa detalla cómo las izquierdas convirtieron la República desde esa misma fecha en un mero agente de imposición legal de su agenda, la subvirtieron cuando perdieron su control (el golpe del 1934) y la despeñaron por la ilegalidad tras amañar las elecciones de febrero de 1936. 

El bando alzado no se sublevó contra la democracia, sino contra un proceso revolucionario cuyos impulsores señalaban claramente un objetivo: la dictadura del proletariado.

Pío Moa es  contundente no sólo contra sus contradictores progresistas. También contra quienes, desde la derecha del establishment, buscan una equidistancia en la creencia de que en el campo de batalla se enfrentaron «canallas y sádicos sayones que habrían arrastrado contra su voluntad a cientos de miles de hombres buenos». La frase es de Pedro J. Ramírez y Moa la considera «una vacuna e impostada ostentación de enojo seudoético» contra unos y otros.

No podemos auto-eximirnos de analizar quién fue el culpable de la guerra, porque lo hubo y no fue quien se levantó contra el poder, sino quien lo ocupaba. En ese sentido, en Galería de charlatanes encontramos sendos capítulos consagrados a Francisco Franco y a Juan Negrín, al frente del bando frentepopulista desde mayo de 1937 –cuando sustituyó a Francisco Largo Caballero– hasta el final del conflicto. 

Nos encontramos con puntos muy interesantes, como el regalo a Moscú del oro del Banco de España o la verdad sobre la salvación de los tesoros del Museo del Prado. Aquí Moa desnuda la mendacidad de la propaganda oficial, que presenta al bando nacional poco menos que empeñado en acabar a base de bombardeos con nuestras más valiosas obras de arte, cuando en su retaguardia no se produjo una sola destrucción de una sola de ellas, en contraste con los incendios masivos de monumentos, bibliotecas, cuadros e imágenes –en su mayoría religiosos, pero no solo– que se vivieron en la retaguardia frentepopulista.

Por último, en otros dos capítulos el autor discute dos asuntos que son a la vez cuantitativos y cualitativos: la ayuda extranjera y la represión.

En cuanto a lo primero, Moa recuerda, de la mano de Jesús Salas Larrazábal, que puede hablarse que colaboraciones externas equivalentes y, por tanto, no decisivas, y, en cualquier caso –de la Legión Cóndor a la Brigadas Internacionales– minoritarias respecto a la participación de españoles. Pero hay diferencias: una, que los nacionales pagaron menos, a pesar de que tuvieron que hacerlo a crédito, siendo la corrupción una de las razones de mayor coste que tuvo la ayuda recibida para el bando dizque republicano; y dos, que Franco no sacrificó su independencia frente a Alemania e Italia, mientras que Largo y Negrín quedaron encadenados a Stalin.

Por lo que hace a la represión, siguiendo a Ángel David Martín Rubio se inclina por una cantidad similar en la retaguardia en ambos bandos (60.000-70.000), a la que sumar los 25.000-30.000 de postguerra (13.000-14.000 según estudios de Miguel Platón de pronta publicación). Sin olvidar que buena parte de la represión en este segundo periodo fue en castigo por delitos de sangre que en cualquier legislación contemporánea implicaba la pena capital.

En Galería de charlatanes encontramos buena parte del argumentario conocido de Pío Moa, esta vez contrapuesto directamente, con nombre y apellidos, a los divulgadores de los «consensos» falsarios. Son páginas de gran valor didáctico y una óptima síntesis de casi treinta años de labor intelectual, al rebatir las falsedades y los errores de interpretación tal y como éstos son presentados al público por sus divulgadores.


Carmelo López-Arias

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