LA DERROTA DE ATILA

 El 7 de abril del año 451 Atila conquistó la ciudad francesa de Metz. El golpe siguiente se efectuó contra Orleans. El rey alano establecido allí trató en secreto con los hunos para entregarle al adversario la ciudad sometida a su autoridad, pero el complot se descubrió y el enemigo, que ya había entrado, fue expulsado.

Después de este revés, Atila se retiró. Ahora debía prepararse para el choque con el ejército romano de Aecio, que se encontraba sobre su flanco y a sus espaldas. Y se vio obligado a luchar para lograr la retirada.

Antes de la batalla Atila consultó a sus videntes, que analizaron las entrañas de animales y la estructura de sus huesos para vaticinar el futuro. Es el tipo de predicción que hasta nuestros días se mantuvo entre los mongoles.

Los indicios pronosticaban una victoria del enemigo pero la muerte del jefe adversario. Atila creyó equivocadamente que se trataba de Aecio (sería, en cambio el rey de los visigodos). Resolvió dar la batalla, pero sólo a hora avanzada de la tarde, para que el comienzo de la noche lo protegiera de sufrir pérdidas excesivamente elevadas. 

Nuevamente fue un oráculo animal el que impulsó a Atila en la hora de la decisión. La noticia tiene todos los visos de ser verdadera, debido a la extraña mezcla de superstición y astucia que caracterizaban a Atila.

El 20 de junio de 451 comenzó en una amplia llanura apta para la lucha de caballería, la batalla que nos hemos acostumbrado a llamar de los Campos Cataláunicos.

El primer combate fue por la colina dominante, sin que se llegara a una decisión. Simultáneamente, en el llano las tropas se organizaban para el nuevo encuentro. 

El rey visigodo Teodorico (418-451) dirigía el ala izquierda. Aecio la derecha. A los inconstantes alanos se les había asignado el centro. Frente a ellos se encontraba Atila con sus hunos, que eran lo mejor de su ejército. Los vasallos se repartían las alas.

En esta batalla se enfrentaron pueblos cercanamente emparentados. Ostrogodos y gépidos en un frente. Visigodos en el otro.




Se renovó la lucha por la colina. Turismundo, el hijo de Teodorico, y Aecio lograron ocuparla. Los hunos habían sufrido el primer revés.

A continuación se luchó cuerpo a cuerpo. El mismo Atila estimulaba a los suyos a la lucha. El anciano rey de los visigodos cayó bajo la lanza de un ostrogodo. Su cuerpo desapareció bajo las cadáveres que se iban amontonando.

Exaltados por su pérdida, parte de los visigodos se arrojó sobre los hunos y los rechazó hasta su campamento de carros fortificados. Poco faltó para que el mismo Atila pereciera. La lucha continuó hasta entrada la noche.

Por la mañana se vio quien había triunfado. El campo de batalla estaba colmado de cadáveres. Los hunos habían sido arrojados a su campamento y no se atrevían a reanudar la lucha. Sólo el sonar de las trompetas revelaba su vigilancia.

El vencido se mantenía en el interior de sus defensas refugiado de sus perseguidores. Ya no se atreve a atacar. Los visigodos y romanos resolvieron obtener la rendición del enemigo por el hambre.

El valor de Atila había sufrido un golpe tal que hizo levantar una hoguera con monturas de madera, decidido a entregarse a las llamas antes que al enemigo.

Pero la evolución de los acontecimientos mostró una variante. Si bien a los visigodos le interesaba la destrucción del enemigo, Aecio pensaba construirle puentes dorados, pues no deseaba que la victoria de los visigodos fuese aún más completa de lo ya logrado.

Debido a ello Aecio indujo al joven Turismundo a que se retirase, aduciendo el pretexto de que el arreglo de la sucesión al trono hacía imprescindible su presencia en tierras visigodas. Frente al rey de los francos triunfó un ardid similar. 

De este modo, Atila encontró el camino despejado. No podía continuar la lucha y levantó el campamento. Por primera vez un ejército de los hunos había sido vencido en una batalla abierta, viéndose obligado a retirarse.


Franz Altheim: EL IMPERIO HACIA LA MEDIANOCHE

 

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