TEMPLARIOS Y HOSPITALARIOS

 Los navíos de esos tiempos medievales no se alejaban mucho de las costas. Pero cuando los cruzados se veían en el mar, temblaban, prometían hermosos regalos a los santos protectores para evitar el naufragio.

Desembarcados en San Juan de Acre o en Jaffa, deslumbrados por la civilización árabe, más refinada que la suya, a medida que la descubrían, empezaban pronto su peregrinación. Visitaban uno tras otro los santos lugares, al menos aquellos que, en poder de los cristianos seguían siendo accesibles.

También tomaban parte, cada vez que era necesario, en la lucha contra los infieles. Apreciaban como expertos la calidad de los caballos del adversario. Sus formas de combatir les sorprendían. Las observaban atentamente con el fin de mejorar las suyas.




Sufrían duramente el clima. Tenían que soportar enfermedades desconocidas. Pero luchaban valientemente al lado de los templarios y de los hospitalarios, que les llenaban de admiración.

En sus enormes fortalezas, los templarios y los hospitalarios eran, en efecto, caballeros modelo. Hacían la guerra a la perfección. Pero también eran monjes, vivían en medio de la disciplina y de la renuncia a las riquezas, al orgullo y los placeres.

Añadían a los valores militares los de la espiritualidad, y parecían encarnar el ideal de una caballería cristiana en el que la virtud de la caridad coronase las de la fuerza, la justicia, la prudencia y la templanza. 

Viéndoles actuar, era fácil imaginar en qué podía convertirse el orden de la caballería entero en Europa si se dejaba impregnar por esos valores. Seducidos, algunos cruzados decidían incorporarse a la orden del Temple o del Hospital. 

Guillermo el Mariscal sintió la tentación. Combatió en las filas de los templarios, pero no se comprometió totalmente con ellos. Fue, simplemente, su cófrade. En señal de fraternidad, los templarios le impusieron su capa. Esa capa blanca, adornada con una cruz roja, fue traída en su equipaje por Guillermo cuando volvió de Tierra Santa y quiso ser envuelto en ellas en sus funerales.

Guillermo se quedó tres años en Palestina. La mayoría de los cruzados volvían antes. Cuando regresaban, con frecuencia debilitados por las fiebres y casi siempre arruinados, eran acogidos como héroes. 

Mediante sus sacrificios, no sólo se habían lavado ellos de sus pecados; toda su parentela, todos sus amigos participaban en los méritos que los cruzados habían conseguido.


Georges Duby: EL SIGLO DE LOS CABALLEROS


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