LAS EXPIACIONES DE LOS PRODIGIOS EN ROMA

 Los arúspices eran expertos no sólo en las exégesis de los prodigios, sino también en su expiación. Los relatos de la época romana dan fe de ello.

Lo que trataban de hacer era restablecer el orden del mundo tal cual era antes de la aparición del signo divino. Para ello, era necesario recurrir a las purificaciones, que eliminaban las máculas, y a las ceremonias propiciatorias, susceptibles de aplacar a los dioses. Roma conocerá los dos aspectos de estas expiaciones.

Cuando aparecía un prodigio en la naturaleza inanimada o animada, la purificación constituía una necesidad fundamental para una conciencia tan profundamente religiosa como la de los etruscos.

Existe una regla constantemente atestiguada en las religiones más diversas: el hombre tiene la obligación de separar con cuidado lo que es sagrado y lo que es profano.

El contacto con lo sagrado es eminentemente peligroso y crea una mácula para la sociedad y el individuo. Ahora bien, el prodigio es el fenómeno sagrado por excelencia, la irrupción de lo divino en el mundo terrenal, es el escándalo y la mácula misma.

Entre los ritos que constituyen el culto, los de expiación están destinados precisamente a eliminar de la superficie de la tierra la mácula peligrosa que resulta del contacto con lo sagrado y, con ello, a calmar el sentimiento de horror, el temblor sagrado que invade el alma del hombre ante el signo tangible y temible de la intervención de las fuerzas divinas, de la cual depende su suerte. (1)

En la Italia antigua se consideraba precisamente que los arúspices conocían el secreto de estas expiaciones rituales y necesarias. Como eran grandes especialistas de la interpretación de los rayos, sabían también purificar los lugares alcanzados por estos fuegos del cielo mediante el procedimiento del entierro literal del rayo.

Ocultaban en la tierra los rastros materiales de su paso y sacrificaban ovejas, bidentes (de dos dientes), a los dioses.

Roma conservará este rito y los pozos de rayos se llamarán allí putealia o bidentalia, por el nombre de los animales sacrificados.

El suelo consagrado se vuelve religiosus, intocable, y desdichado de quien lo pisa, pues pierde la razón.

El hombre herido por el rayo es enterrado en el mismo lugar y se le rehusan los iusta funera.

En realidad, el contacto con cualquier clase de prodigio hace indispensable la consagración, el aislamiento definitivo del lugar infectado. Sin embargo, esto sólo es posible cuando se trata de un lugar profano bien delimitado.




Cuando un lugar sagrado, por ejemplo un templo, es teatro de un prodigio (caída del rayo o aparición de animales nefastos), debe ser purificado. A esto se une un reacondicionamiento de los lugares, la restauración de los santuarios.

Todos los seres afectados por deformidades raras, todos los monstruos de los dominios animal y humano, representaban para la conciencia etrusca seres peligrosos, máculas vivientes para la ciudad que corría el riesgo de infectarse con ellos.

En efecto, si la naturaleza olvidaba así sus propias leyes era porque las potencias divinas se habían preocupado de marcar por sí mismas a estos seres anormales. Por lo tanto era necesario expulsarlos cuanto antes de la sociedad de los hombres, apartarlos de ella de la manera más rápida y radical. 

En Etruria y más tarde en Roma, los hermafroditas eran encerrados vivos en un ataúd y arrojados en alta mar. Así se evitaba todo contacto de los seres impuros con los hombres y aun con la tierra. 

Cualquier clase de monstruo podía ser también arrojado a un río y precipitado vivo a las profundidades del Tíber, cuando era originario de Roma.

Pero además era posible recurrir a las llamas y entonces los únicos rastros que quedaban del ser infortunado, sus cenizas, eran dispersados en el Tíber o en el mar. La misma actitud se observaba respecto de los animales monstruosos o bien autores de prodigios, pero no se los sumergía, se los quemaba con maderas de arbores infelices, según nos informa puntualmente Macrobio.

Así se procedía con las avispas que venían a posarse sobre un templo. Dos bueyes, llegados con maravilla general hasta el techo de una casa, fueron quemados vivos por orden de los arúspices y sus cenizas arrojadas al Tíber.

En cambio, los arúspices prescribían que se conservara y se nutriera a costa del Estado a los animales que habían hablado y cuyas palabras se habían podido captar a veces por una suerte extraordinaria.

Así, estos animales milagrosos eran considerados en forma distinta de los otros monstra. Tenían algo de divino en su naturaleza y los etruscos, lejos de mirarlos como máculas vivientes, los rodeaban de un respeto religioso. Se los mantenía en corrales especiales como representantes de lo sagrado, aislados del mundo profano. 

Junto a estas expiaciones purificadoras, los arúspices indicaban las ceremonias susceptibles de aplacar a los dioses cuya cólera se había traducido por prodigios amenazadores. 


Raymond Bloch: LOS PRODIGIOS EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA

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(1) Toda religión comprende un conjunto de ritos cuyas funciones están bien definidas: 

- de consagración que introducen a un lugar, un objeto o un hombre en el dominio de lo sagrado,

- de prohibición que establecen barreras infranqueables entre los dominios,

- de expiación.


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