LOS ARÚSPICES ETRUSCOS Y LA INTERPRETACIÓN DE LOS PRODIGIOS

 Antes de hacer construir el templo de Júpiter Capitolino, que debía ser el mayor de Roma y afirmar su supremacía sobre el Lacio, Tarquino el Soberbio debió hacer preparar una vasta superficie sobre el Capitolio (una de las más altas siete colinas de Roma)  y emprender trabajos considerables.

Se produjeron entonces varios prodigios, de los cuales el más famoso fue el siguiente: de los cimientos del templo los obreros extrajeron una cabeza humana, cuyos rasgos estaban intactos.

Según Tito Livio, los arúspices de Roma y los venidos ex profeso de Etruria interpretaron que el prodigio anunciaba que Roma estaría a la cabeza del mundo. El símbolo era manifiesto.

Por su parte, Dionisio de Halicarnaso relata en cambio que ocurrió un hecho extraño: los adivinos existentes en Roma fueron incapaces de interpretar el fenómeno y una misión fue a Etruria a consultar a un arúspice. Este quiso engañar a los romanos pero, por una especie de pacto espontáneo con los enviados de Roma, el hijo del arúspice les aconsejó evitar responder a su padre si éste, insidiosamente, les preguntaba en qué punto cardinal del Capitolio había sido encontrada la cabeza milagrosa. Sólo había que dar la indicación siguiente: en el monte Tarpeyo, en Roma.




En caso contrario, el adivino habría intentado trasladar a su ciudad el presagio de grandeza recibido por Roma. Así se hizo y el experto toscano debió reconocer que el lugar donde se había encontrado la cabeza estaría al frente de Italia.

El relato es instructivo y muestra que los etruscos, como lo harán a su vez los romanos, sabían utilizar hábilmente los signos divinos cuando se daba el caso, transformando su valor o transfiriéndolos.

El arúspice consultado intenta, valiéndose de la orientación del prodigio, hacer pasar a su propio Estado el presagio de grandeza y poderío enviado por los dioses a Roma.

La sumisión de los etruscos a las leyes de los dioses, tan marcada y constante, no aniquilaba entonces completamente su libertad respecto de los signos divinos.

La ciencia sutil de los arúspices podía actuar, en ciertos casos, sobre los presagios y, con ello, determinar parcialmente el porvenir. Ocurre en esta circunstancia una especie de coacción sobre lo sagrado que se emparenta con la acción del mago.

Y el arúspice podía hacer en realidad cosas aun más importantes. Era capaz de suscitar ciertos prodigios. De atraer o alejar los rayos.

Así, pese a su carácter coercitivo, la religión etrusca concedía un lugar a la eficacia de los ritos mágicos.

El hecho no es aislado, pues aun las religiones más dominadoras, de atmósfera más opresiva, dejan en compensación a sus sacerdotes, conocedores de los ritos y maestros de su arte, la posibilidad de actuar eficazmente sobre lo sagrado.


Raymond Bloch: LOS PRODIGIOS EN LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA


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