RELIGIÓN GRIEGA Y SACRIFICIOS

 Los dioses se hacen presentes en este mundo en los espacios que les pertenecen. En primer lugar, en los templos donde residen, pero también en los lugares y los objetos que les son consagrados y que, especificados como HIERA (sagrados)- pueden ser objeto de prohibición: bosque, bosquecillo, fuente, cima de un monte o montaña, terreno delimitado por una cerca o por mojones, encrucijada, árbol, piedra, obelisco. 

El templo permanece reservado al dios como su domicilio, no sirve como lugar de templo donde los fieles se reúnen para celebrar los ritos. Esta función la ejerce el altar exterior, un bloque cuadrangular de mampostería. En torno a él y sobre él se cumple el rito central de la religión griega: el sacrificio (la thusia).




Se trata normalmente de un sacrificio sangriento de tipo alimentario: un animal doméstico, engalanado, coronado y adornado con cintas es conducido en procesión al son de las flautas hasta el altar y se le rocía con agua lustral (purificadora). 

También se arroja un puñado de granos de cebada al suelo, al altar y sobre los participantes, asimismo coronados. Entonces se levanta la cabeza de la víctima y se la degüella con un golpe de machaira, una espada corta disimulada bajo los granos en la cesta ritual. Se recoge en un recipiente la sangre que fluye sobre el altar, y el animal es eviscerado. Se extraen las entrañas y especialmente el hígado (*), que se examina para saber si los dioses aceptan el sacrificio. 

En caso afirmativo, la víctima es descuartizada inmediatamente. Los huesos largos, totalmente limpios, se colocan sobre el altar. Envueltos en grasa con plantas aromáticas, son consumidos por las llamas y, en forma de humos perfumados, se elevan en dirección al cielo, hacia los dioses.




Algunos trozos, entrañas, ensartados en espetones (barra de hierra terminada en un gancho), se ponen a asar sobre el altar, utilizando el mismo fuego que envía a la divinidad la parte que le corresponde. Se establece así el contacto entre la Potencia sagrada destinataria del sacrificio y los ejecutantes del rito, a los cuales se reservan estas carnes asadas. 

El resto, puesto a hervir en calderos y dividido luego en partes iguales, se consume en el mismo lugar, se lo lleva a su casa cada uno de los participantes, o se distribuye después entre una comunidad más o menos amplia.

Los trozos considerados de honor, como la lengua o la piel, corresponden al sacerdote que ha presidido la ceremonia, aunque su presencia no es indispensable.

En principio, todo ciudadano, si no está mancillado por una impureza, tiene plena potestad para proceder al sacrificio.

Ciertas divinidades y ciertos rituales, como los de Apolo Genetor, en Delfos, y Zeus Hypatos, en el Ática, en lugar de sacrificios sangrientos exigen ofrendas vegetales: frutas, ramos, granos, guiso o pasteles regados con agua, leche, miel o aceite. Se excluyen la sangre y el vino. 

Hay casos en que este tipo de ofrendas, casi siempre consumidas por el fuego, pero depositadas a veces sobre el altar, sin ser quemadas, toman un carácter de marcada oposición a la práctica habitual. 

Considerados como sacrificios "puros", contrariamente a los que implican la muerte de un ser vivo, sirvieron de punto de referencia a las corrientes sectarias. En su modo de vida, órficos y pitagóricos los invocarán para predicar un comportamiento ritual y una actitud con respecto a lo divino que, rechazando como impío el sacrificio sangriento, se apartarán del culto oficial y se presentarán como ajenos a la religión cívica.


Jean-Pierre Vernant: MITO Y RELIGIÓN EN LA GRECIA ANTIGUA

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(*) Comparar con la aruspicina de los etruscos: la disciplina para descifrar el futuro a través de las vísceras de un animal, en especial su hígado.

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