ORÍGENES ATLÁNTICOS DE LOS ANTIGUOS EGIPCIOS


Presentación del Doctor M. Martiny, Profesor de la Escuela de Antropología, al libro de Marcelle Weissen-Szumlanska sobre los orígenes atlánticos de la antigua civilización egipcia (Ed. Des Champs Elysées. Omnium Littéraire, 1965, París)
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Este libro sobre los orígenes atlánticos de la civilización pre-faraónica de Egipto retoma, sobre bases arqueológicas y otras totalmente diferentes, el gran pensamiento de Platón sobre la Atlántida. 
De este continente perdido, este archipiélago, esta gran isla que siempre hizo soñar a los pueblos occidentales sobre su propio origen, la tradición nos dice que el filósofo griego recibió la revelación de su bisabuelo, que él mismo la había recibido de Solón, uno de los Siete Sabios de la antigua Hélade, y éste a su vez de eruditas conversaciones con hierofantes saítas. Cuando la autora, la condesa Marcelle Weissen-Szumlanska, me pidió prologar su obra, sentí que ella no deseaba mi ayuda, sino que se la comprendiera; ante todo quería que el primer lector que hablara a los otros compartiese su convicción. 
Sin duda, algunos más especializados en este ámbito que yo hubiesen dado más fama, más prestigio a esta presentación. Sin embargo, he aceptado voluntariamente estimando que las prudentes abstenciones de algunos hombres que se dicen de ciencia y en el fondo no son más que pequeños traidores. 
La audacia intelectual, el entusiasmo de Marcelle Weissen-Szumlanska dan evidencias incontestables a una tesis grandiosa que ella fue a verificar en las fuentes, realizando varios viajes. Ella vio, observó, comparó, indujo y dedujo. Numerosos antropólogos conocen ya sus trabajos anteriores, entre ellos, el profesor Falkenburger de Mayence que presidió en 1956, en su ciudad, el tercer Congreso Internacional de Antropología Diferencial, y la presentó a la asistencia de los congresistas, ella ya había escrito un libro sobre los Hombres Rojos y la raza de cromañón con sus esqueletos fosilizados bañados en ocre rojo. 
El Abad Henri Breuil, miembro del Instituto, profesor honorario en el Collège de France, facilitó la explicación de nuestra heroína con una recomendación instando al director de la Oficina de Marruecos con estas palabras: “Ella ya posee interesantes investigaciones sobre las rutas de la remota antigüedad entre Egipto y el África atlántica y además posee sobre este tema una erudición remarcable”. 
Algunos sabios cualificados serán severos hacia la teoría de la autora. ¿Pero es que en ciencias exactas, tales como la geometría, las propiedades válidas de la esfera real no fueron conocidas por el mero cálculo de la esfera imaginaria? Si Newton no hubiese hecho caer, con un sabor a paradoja, la manzana redonda a la tierra redonda, sin ello, no se hubiera descubierto la
gravitación universal. 
Si Pasteur hubiera seguido, como Davaine, considerando las bacterias microscópicas descubiertas en las secreciones del carbón como la consecuencia y no como la causa de la enfermedad, nunca se hubiera creado la microbiología. 
Numerosos historiadores consideran aún que la civilización pre-faraónica, si no pudo venir de Asia, podría provenir del sur de África, tesis que ninguna investigación ha podido confirmar. 
Aún admitiéndose el hábito de pensar, sería difícil a alguien de opinión suponer un origen occidental a esta civilización, porque debería entonces combatir en él mismo un condicionamiento que confunde las costumbres con las realidades del saber. 
Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura del libro, vemos surgir argumentos cada vez más convincentes. Debemos, por supuesto, seguir adelante y profundizar en las investigaciones de la autora. 
Conociendo su personalidad, se comprenderá mejor la importancia de lo que asegura haber descubierto a fuerza de audacia y coraje. 


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