SILVESTRE II. EL PAPA DE LOS NÚMEROS ARÁBIGOS

 

En 1003 la cristiandad perdió a su guía y Francia a su primer Papa en la persona de Guiberto de Aurillac, coronado cuatro años antes bajo el nombre de Silvestre II. 

Esta hombre, el espíritu más poderoso de su siglo, no era un ser ordinario, demostrándolo a lo largo de su existencia.

Sus orígenes son oscuros. Para unos era hijo de humildes aldeanos. Según otros, descendía de los duques de Aquitania. Lo que resulta seguro es que, abandonado por sus padres, fue hallado, recogido e instruido por los monjes de Aurillac, famosos por su sabiduría.

En su convento de Aubernia, en el Languedoc, Gilbert fue un alumno brillante y un espíritu fuerte. No tenía aún 20 años cuando huyó y emprendió el camino de España.

Lo que le atraía allí era la sed de un conocimiento prohibido. Los musulmanes, se decía, poseían la clave de muchos secretos. La leyenda asegura que Gilberto no tardó en adelantar a sus nuevos maestros, como había ya hecho con los anteriores.

Solamente, un viejo islamita conservaba una superioridad sobre él, ya que poseía un libro sobre los números titulado "Abacum", el cual le daba un poder mágico.

Como no logró hacérselo prestar, Gilberto conquistó a la hija del anciano y, gracias a su complicidad, robó el libro de debajo de la almohada del maestro.

Junto con el "Ars subtilissima Arithmeticae", la "Geometría", el "Libro del Juego del Ajedrez" y el monumental "Tratado de Pesas y Medidas", figura entre las dos docenas de obras matemáticas geniales que nos ha dejado Gilberto de Aurillac, al que Occidente debe también la introducción de las cifras árabes (que en verdad son hindúes), base de nuestra numeración decimal.

Gilberto, según el cronista Guillermo de Malmsbury, eclipsó la magia de los siglos anteriores. Debe entenderse magia ante todo como un conocimiento técnico.

El prestigio de Gilberto/Silvestre se debió, justamente, a los grandes avances técnicos que promovió desde su pontificado. Entre ellos figura la construcción de un astrolabio (instrumento usado antiguamente para determinar la posición de los astros, significando literalmente esa palabra griega "buscador de estrellas") y el primer reloj de péndulo, el invento y la fabricación de órganos musicales hidráulicos (cuyas variaciones de presión del vapor, cuidadosamente calculadas, producían toda la gama de los sonidos, invento digno de admiración incluso hoy día).

Pero la creación verdaderamente fantástica de Silvestre II nos ha sido revelada por una notable obra histórico-religiosa: la "Patrología latina" del Padre Migne.

Con la aplicación de los secretos que poseía de los musulmanes españoles, y habiendo elegido el momento en que todos los planetas están al principio de su curso, Gilberto había encofrado en cobre una cabeza, la cual respondía un sí o uno no a todas las preguntas que se le planteaban, prediciendo además el porvenir. Cuando le preguntaban sobre este autómata, Gilberto respondía que en el fondo era muy sencillo, ya que se basaba sobre el cálculo con dos cifras, es decir, en el sistema binario.




Este Papa fue enterrado tras su muerte en la iglesia de San Juan de Letrán. Durante mucho tiempo fue confundido su nombre con el de un desconocido Agapito. Sólo los Templarios, que no hacían nada como los demás, conservaron piadosamente su memoria.

En cuanto a la cabeza parlante, se desconoce su destino. Se llegó a decir que había sido colocada en el ataúd de Gilberto.

No obstante, varios textos del período medieval afirman que pasó por las manos del célebre franciscano inglés Roger Bacon, astrólogo y alquimista, inventor de la pólvora de cañón, a quien los Papas Inocente IV y Nicolás III encarcelaron. La cabeza de marras habría pasado luego a Alberto el Grande, famoso ocultista alemán, profesor de Santo Tomás de Aquino en la Universidad de la Sorbona. 

Alberto el Grande falleció en 1280. Durante el período de florecimiento de la Orden del Temple se perdió todo rastro de la cabeza parlante. Algunos estudiosos la asocian con el ídolo que, se decía, adoraban los Caballeros Templarios: el Bafomet.


Gerard de Sède: LOS TEMPLARIOS ESTÁN AQUÍ


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