CATARISMO Y CRISTIANISMO

 

Sencillos y austeros, los ritos cátaros no dejan de presentar ciertas semejanzas con los del cristianismo primitivo. Se distinguen de éstos por el lugar que conceden a las explicaciones: para los cátaros, como antes que ellos lo fue para gnósticos y maniqueos, el camino de la salvación es el conocimiento.

Sólo progresivamente se le va revelando al fiel la "verdadera doctrina", según su grado de aprovechamiento espiritual. Se le revela que no hay que tomar los textos al pie de la letra, porque la letra mata, sino en el sentido oculto que los vivifica.

En apoyo de esta enseñanza un texto clave es el Evangelio de Juan. No es por casualidad que el ritual cátaro designa al neófito por el nombre convencional de Juan o Juana: el apóstol bien amado es, a los ojos de los "buenos hombres", el único que haya extraído el sentido oculto de la enseñanza "crística" de la que los demás evangelistas sólo han comprendido lo superficial.



En Juan, Cristo aparece menos como un personaje histórico que como Verbo eterno de Dios, luz de las alturas enviada a las tinieblas.

Así, a nivel de los Perfectos, el catarismo dispensa una enseñanza esotérica. ¿Existía, más arriba, un grado superior de iniciación? No es imposible, pero, en todo caso, el secreto ha sido bien guardado, pues los rituales que hemos conservado no dicen la menor palabra sobre ello.

Las relaciones entre catarismo y cristianismo han sido objeto de numerosas polémicas entre historiadores. Para unos, el catarismo fue una simple herejía. Para otros, una religión nueva que no tenía puntos comunes con el cristianismo sobre ningún gran problema.

En nuestra opinión, plantear así la cuestión es quizá plantearla mal. No sólo los cátaros atacaban furiosamente a la Iglesia romana, sino que no tenían (como habían de tenerlas más tarde los protestantes) esperanzas de reformarla, pues para ellos la "nueva Babilonia, la Bestia, la gran prostituta, la sinagoga de Satanás".

Y, no obstante, los cátaros reivindicaban para sí el nombre de cristianos. Para ellos, en efecto, entre el catarismo enseñado por Roma y el cristianismo primitivo, a sus ojos el único auténtico, no había ningún punto en común. 

Para un cátaro, los católicos, al humanizar a Dios, sucumben a la idolatría.

Ahora bien, sin tomar partido en esta disputa, forzoso es comprobar, con la escuela histórica moderna, que el personaje de Dios hecho hombre, del Jesús que nos es familiar, se fue constituyendo poco a poco, y no tomó sus rasgos definitivos hasta el siglo IV.

Ateniéndose a las Escrituras y a tradiciones más antiguas que poseían los cátaros, éstos (como antes que ellos los gnósticos y los maniqueos) oponían el Dios-Verbo al Hombre-Dios, y leían los Evangelios como relatos alegóricos y no como la narración de acontecimientos. De ahí su predilección por Juan, que es, de los evangelistas, aquel cuyas enseñanzas son las más simbólicas.


Gérard de Sède: EL TESORO CÁTARO

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