ANTECEDENTES DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA DE 1936-1939

 ABC diario ilustrado


Álvaro Alcalá Galiano

¿Hacia el paraíso comunista?

Hará cosa de un año cuando en estas mismas columnas señalábamos los manejos de la III Internacional roja en España, como en el resto del mundo, los periódicos revolucionarios exclamaban a coro: «¡Ya salió aquello! El coco del comunismo, agitado por la reacción para amedrentarnos con los peligros imaginarios de un cambio de régimen. Es inútil. No hay comunistas en España, ni puede arraigar el comunismo en nuestra tierra (aunque Trotski, experto estratega, afirmara lo contrario). El pueblo español hoy sólo aspira a la República, que para nosotros significa libertad, igualdad, justicia, prosperidad, todo ello compatible con el orden y el respeto a las más diversas opiniones.»

Y a esta lista de promesas redentoras, que se van cumpliendo a la letra, dicha Prensa objetaba como supremo argumento que el «individualismo» ibérico era recalcitrante a esa organización niveladora de las masas. ¡Pobre «individualismo ibérico»! ¡Cuán poco preveía entonces la ya tan próxima dictadura del partido socialista, convertida en máquina parlamentaria productora de decretos draconianos! Pero en aquellas vísperas revolucionarias cualquier arma parecía licita a la propaganda disolvente en la ciudad y en el campo. Ante todo importaba formar el «frente único» para derribar a la Monarquía, y se formó, incluyendo a los elementos extremistas, enemigos del orden social.

Hoy sabemos que la C. N. T. –a la cual debe tanto el Sr. Maciá– y los sindicalistas revolucionarios estaban dispuestos a secundar la huelga general en toda España, caso de no haber sido victoriosas las elecciones de abril. Sin embargo, a pesar de la agitación social, las huelgas y los numerosos conflictos de carácter revolucionario que han ensangrentado ciudades y aldeas desde hace un año, los fundadores de esta República se niegan todavía a creer en el peligro comunista.

¡No hay cuidado! La prueba, arguyen convencidos, es que en las Cortes Constituyentes no ha podido triunfar un solo candidato comunista. ¿Y qué? El razonamiento es de lo más pueril. No parece sino que Lenin y Trotski necesitaron entrar en la Duma para hacer en Rusia la revolución. Ni que Bela Kun tuvo que revestirse de la inmunidad parlamentaria para implantar en Hungría la dictadura comunista. Pero, además, ya sólo puede negarse el peligro comunista en España por obcecación o mala fe, cuando hasta un ministro de la República española ha dicho que el último movimiento revolucionario fue organizado con dinero ruso y planeado por un conocido agitador internacional. Claro está que el burgués, al recordar la rápida represión gubernativa y ver alejarse de las costas españolas al Buenos Aires, con su cargamento humano, respira ya tranquilo. ¡Aquello pasó! Sí, desde luego. Ahora que aquello puede volver, y volverá a repetirse en mayor escala, según la táctica comunista.

«La complicada red de sus organizaciones –dice Mauricio Karl en su libro revelador El comunismo en España,– se extiende y precipita por el ámbito ibérico con pasos silenciosos de serpiente.» Y, en efecto, esta obra inquietante nos va señalando la trayectoria de su propaganda bien pagada en los periódicos y las editoriales; el aspecto legal del partido comunista español, y al lado de eso sus fondos secretos, sus agentes nacionales y extranjeros en diversas esferas sociales, sus «células» disimuladas en talleres y fábricas, y sus métodos de infiltración entre los elementos obreros. Poco nos importa quién se oculta tras del seudónimo Mauricio Karl, ni los errores nimios en que pueda incurrir el autor de El comunismo en España en algunas de sus informaciones.

Lo importante es el conocimiento que demuestra el autor de toda la vasta organización comunista en nuestro país y de sus rápidos progresos al amparo de la Internacional roja de Moscú. Y también la trágica perspectiva que brinda el porvenir si sus directores llegan algún día, según su propósito, a formar con la C. N. T. y la F. A. I. (Federación Anarquista Ibérica) el «frente único» contra la actual República de tinte socialista. Según Mauricio Karl, la batalla, tarde o temprano, es inevitable, y cuanto más tiempo pasa más se refuerzan los cuadros comunistas, a cuyas filas afluyen de continuo los obreros seducidos por las teorías de reparto y de violencia. «Así vemos –añade Karl– que a la audacia de sus organizaciones que luchan contra el Estado opone el Gobierno una incomprensión absoluta de los problemas, igual, exactamente igual, que la que usufructuaba el régimen caído.»

Resulta imposible comentar siquiera nuestra coincidencia con el autor del libro en lo que se refiere a la propaganda soviética en las Universidades españolas, en la literatura «rusófila» actual, en las diversas regiones de la Península y hasta en nuestra zona de Marruecos. Pero acaso lo más interesante es el recuento de fuerzas revolucionarias frente a la burguesía republicana y el socialismo gubernamental que disfrutamos.

«Vedla –exclama– cómo pierde efectivos por su extrema izquierda, por el socialismo, cuyos elementos se traspasan incesantemente desde sus filas obreras a las del comunismo, o se refugian en la C. N. T.; y esta huída, este movimiento es mucho más acelerado cuando mayor sea la permanencia del socialismo en el Poder.» Y luego añade: «El momento actual del socialismo español es trágico. Se ha suicidado, pero sin la gallardía de un MacDonald.» Confieso que esta tragedia partidista, de resultar exacta, no me hará verter ni una lágrima. Ahora lo que sí es de interés para la mayoría de los españoles es la angustiosa orientación del panorama revolucionario, en plazo nada lejano. Aquí no se trata de vagas amenazas, sino de un balance de cifras y de datos. Según Mauricio Karl, lo que ha sucedido ya en diversas capitales de España no son más que tanteos, pequeños «ensayos» antes del gran ensayo general. Nos da la lista de todas las ciudades principales en las que la vida quedaría instantáneamente paralizada al decretar la huelga la Confederación Nacional del Trabajo, unida a los comunistas. «Ante un movimiento simultáneo en todos los puntos nombrados, afirmo que el Estado carece de medios para sofocarlo.»

He aquí las consoladoras palabras que nos brinda el autor de El comunismo en España, al indicarnos el meditado plan de las futuras «movilizaciones estratégicas» antes de extenderse la ola roja por la Península Ibérica.

Pero ya verán ustedes como todo se arregla en seguida en cuanto seamos complacientes con el simpático Litvinof e inauguremos nuestras relaciones comerciales con los Soviets. Porque ya se sabe que ésta es la primera garantía de paz y de prosperidad –base del reconocimiento diplomático–, para un Estado «burgués» que se avergüenza de seguirlo siendo.


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