LOS VISIGODOS Y SUS RIQUEZAS
En el siglo V -cuando los visigodos se hacen dueños de todo lo que había de ser el Languedoc- su tesoro de Estado se compone de dos partes bien distintas: de un lado, los tributos y las joyas personales de los reyes, que cubren los gastos públicos y están depositados en Toulouse; de otro, lo que se llama el Tesoro Antiguo, formado por el botín acumulado por las nación en sus peregrinaciones de conquista, tesoro sagrado que es a la vez memorial de las hazañas ancestrales y garante mágico del poderío y la continuidad del Estado, y al que ni el mismo rey puede tocar, a no ser que se halle en juego la propia existencia de la nación.
Además de los despojos del templo de Jerusalén, dicho tesoro comprende el MISSORIUM (bandeja de oro macizo de un peso de 500 libras que se pone sobre el altar durante la misa y que Aecio había ofrecido al rey Turismundo) y la mesa de esmeralda, joya fabulosa cuya tabla era sin duda de cristal, pero guarnecida de tres filas de perlas y sostenida por 60 pies de oro.
Durante el reinado de Alarico II, este tesoro estaba depositado en Carcasona. En el 507, Clodoveo, habiéndose apoderado de Toulouse y del tesoro que en dicha ciudad se hallaba, puso sitio a Carcasona, la cual fue salvada por la intervención de Teodorico, rey de los godos de Italia.
En el transcurso de la guerra había sido muerto Alarico II. Siendo el hijo de éste, Amalarico, menor, hízose cargo de la regencia Teodorico, quien, por quedar Carcasona demasiado expuesta en lo sucesivo, hizo transportar el Tesoro Antiguo a Rávena, aunque se lo devolvió a Amalarico cuando éste estuvo en edad de gobernar.
Siglo VII: los francos, extendiendo su conquista, han tomado Narbona, encontrando en ella sólo 60 cálices, 15 patenas y 20 collares.
En efecto, los visigodos se han llevado una parte del Tesoro Antiguo cerca de Toledo, su capital española. Allí meterán mano en él los árabes en el año 711, tomando entre otras cosas el célebre MISSORIUM. El resto, que comprendía en particular 9 coronas votivas de oro macizo adornadas con zafiros, había de ser descubierto el siglo XIX en Guarrazar, cerca de Toledo, figurando en el museo de Cluny (Paris) hasta 1943, cuando el mariscal Pétain lo donó al generalísimo Franco.
Al norte de los Pirineos, el reino visigodo, antaño tan temible, pronto queda reducido al Razés. Rhedae es entonces tres veces poderosa: militarmente hablando, es la llave de las comunicaciones con España, contándose en ella 2 fortalezas y 4 torres; desde el punto de vista religioso tiene 2 iglesias, Santa María y San Juan Bautista, así como un convento de hombres de hombres y aspira al rango de obispado; por último, su importancia económica no es menor.
La parte del tesoro sagrado de los visigodos que ni francos ni árabes parecen haber descubierto, ¿no habrá sido confiada a la quebrada tierra del Razés? Se comprende que algunos hayan podido pensar que el oro de Salomón hubiese sido devuelto así a la minera pirenaica de donde quizá procediese.
Ciertos hechos dan a esta idea un giro bastante singular. Casi inmediatamente después de la fundación de su Orden, los templarios se establecieron en el Razés gracias a sus vínculos con dos familias de la región, importantes y turbulentas: los Blanchefort y los A Niort.
Entre 1132 y 1137, Arnaud, Bernard y Raimond de Blanchefort les donan feudos en Pieusse, Villarzel y Esperaza. En 1147, se asientan en el Bézu y en Campagne.sur-Aude, en una heredad que les ha cedido la casa de A Nior.
En 1156, la Orden del Temple elige un nuevo Gran Maestre: Bertrand de Blanchefort. Es por entones cuando los templarios del Razés, por mediación de los de Renania, traen de Alemania una colonia de trabajadores, la cual asientan en la meseta del Lauzet, entre Blanchefort y Rennes.
Los monjes y soldados someten a estos trabajadores a una disciplina militar y les prohíben, so pena de las más severas sanciones, mezclarse con la población.
Créase incluso para dirimir sus litigios un organismo especial: la Judicatura de los alemanes. Se explica esta segregación por el carácter muy particular del trabajo que ejecutan dichos alemanes. En efecto, explotan la mina de oro de Blanchefort.
En aquella época se solía buscar grandes cuadrillas, como colonias de alemanes, para extraer esos preciosos metales, por ser más experimentados en la busca de los minerales que los naturales del país.
La famosa Orden que tenía bajo su custodia el templo de Jerusalén no debió, sin embargo, sacar mucho oro de aquella mina ya explotada por los romanos. Además, si hemos de creer al ingeniero César d'Arcons, que estuvo encargado en el siglo XVII de buscar minerales en la región, los alemanes en los trabajos eran más bien fundidores que mineros.
En consecuencia, se comprende mejor la antigua tradición del oro de Rennes según la cual el dicho oro no procedía de una mina, sino de un depósito de origen visigodo.
Gérard de Sède: EL ORO DE RENNES
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