LA BASE TEÓRICA DE LA ALQUIMIA
La base teórica de la práctica alquimista se desarrolló durante el siglo XIII en forma bastante clara. Había dos principios: la composición de los metales y su producción.
Según su concepto, todos los metales estaban formados por diferentes sustancias, pero todos contenían azufre y mercurio. Las proporciones de las partes determinaban la naturaleza de los metales.
El oro, decían, posee gran cantidad de mercurio y una pequeña porción de azufre, y en el cobre las proporciones eran casi las mismas. El estaño era una mezcla imperfecta de una pequeña cantidad de mercurio impuro con una gran cantidad de azufre.
Estas proporciones ya se habían mencionado en la obra de un sabio musulmán, Abu Mussah Dschefar al Sofi (700-765), conocido en Occidente bajo el nombre de Geber, quien también había pretendido, basándose en testimonios de los antiguos, que mediante operaciones adecuadas se podían cambiar las proporciones de los metales y, de esta manera, transformar un metal en otro.
En lo que se refiere a estas "operaciones adecuadas", existía también una teoría que se publicó muy claramente en numerosos escritos alquímicos medievales.
Lo que sucedía en las retortas (vasija con cuello largo encorvado usada en las operaciones químicas) era, para los alquimistas, análogo a la formación de animales y plantas.
Para la composición de los metales era preciso, pues, hallar su "simiente". Según los alquimistas no existía diferencia alguna entre materia orgánica e inorgánica. Todas las sustancias estaban vivas. Y como la vida se hallaba bajo la influencia misteriosa de los astros, también los metales pertenecían a esta esfera de influencia.
Después de una primera imperfección, los metales se transforman en sustancias más perfectas, y finalmente, tras una última mutación, aparece el oro, el más perfecto de los metales.
A la frase de la TABLA DE ESMERALDA "y toda oscuridad se alejará de ti", los alquimistas daban la interpretación de que del oro que se formaría en sus retortas irradiaría una espléndida luz. Pues no sería oro corriente, sino oro vivo que crecería como "crece el oro en la tierra", ya que compraban las vetas subterráneas del mineral con un árbol.
Consideraban el oro de los orfebres como una cosa muerta, como una rama que se hubiera desgajado o arrancado del árbol. El oro vivo, por el contrario, "engendra oro, como el grano engendra grano".
Para ellos este concepto no solamente estaba relacionado con la materia sino también con las cualidades espirituales del hombre.
Una vez que el alquimista había comprendido esta verdad, ésta se asentaba en él, en su interior, con luz propia, como si fuera oro que alejase de su persona toda posible oscuridad.
La práctica de la Alquimia no solamente tenía por objeto llevar a cabo la transmutación de los metales, sino también transformar el espíritu del hombre llevándole hacia un plano mucho más alto.
En consecuencia, los 7 grados del procedimiento alquímico venían a ser como los símbolos que jalonaran el camino del hombre hacia la felicidad suprema, hacia la beatitud.
Así pues, el alquimista buscaba mediante sus prácticas la unión de su espíritu y de su alma con lo divino.
El conocimiento científico, para él, no tenía valor si no conducía a una purificación.
Incluso había algunos totalmente convencidos de que en la fase final de la operación aparecería en la retorta la figura de Cristo.
En el ánimo de todos ellos existía otra creencia: la Naturaleza aspiraba a la perfección. Paralelamente, Dios había creado el alma del hombre con esta tendencia hacia la perfección y aspiración a lo divino.
Como para ellos, de todas las cosas del cielo el Sol era la más próxima a la Tierra, medían al y al sol aplicando el mismo el mismo rasero, considerando a los dos como intermediarios entre el hombre y Dios.
Nada tiene de extraño, pues, que para el alquimista la auténtica Alquimia fuera muy superior a todo oficio y a toda ciencia imaginable, ya que, por otra parte, y para adquirir en tal terreno cierta maestría, era preciso no sólo saber operar y poseer grandes conocimientos sino también ser persona con grandes virtudes morales. Sobre esto insistían los alquimistas de la Edad Media y del Renacimiento.
Los "herméticos" de la Edad Media y del Renacimiento estaban completamente seguros de que existía íntimo parentesco entre la Santa Biblia y los escritos de Hermes.
Casi todos los alquimistas eran gente que vivían solos. No podían hallar la paz interna en los dogmas de la Iglesia, porque tales dogmas no podían concederles la deslumbrante luz que ellos buscaban.
Frederik Koning: HISTORIA DEL OCULTISMO
Comentarios
Publicar un comentario