LA MAGIA ENTRE LOS ANTIGUOS GRIEGOS
En la magia de los antiguos griegos hay características idénticas a las del Próximo Oriente, pero con una dimensión más: la metamorfosis del hombre en animal, en planta, en piedra, como obra de los dioses, quienes al actuar así lo hacían bien como castigo, con cualquier otro fin o solamente como acto divino y arbitrario.
Aunque el desarrollo cultural impulsó a mucha gente, sobre todo a los filósofos, a combatir intensamente esta superstición y prácticas, la gran masa del pueblo se ceñía a ellas obstinadamente, sobre todo en cuanto se relacionaba con la vida sexual, terreno en el cual las cortesanas y las prostitutas daban ejemplo.
Llegó a desarrollarse una verdadera magia negra de carácter sexual, favorecida por el desarrollo social que concedía a la mujer una libertad desconocida tanto en el Mediterráneo como en el Próximo Oriente.
Pero esta libertad tuvo un aumento de celos y odio en lo que concernía a las relaciones sexuales. Sobre todo entre las que en mayor grado que otras dependían de su belleza y capacidad de seducción, como por ejemplo las cortesanas y numerosas prostitutas en aquella sociedad, donde las primeras poseían una enorme influencia debido a sus relaciones con hombres importantes.
Para ellas la rival era una enemiga a la cual era preciso reducir a la impotencia antes que se adelantara con las mismas intenciones,.
Este ataque, ya se hiciese con ayuda de un brujo o bruja, o por medios mágicos, tenía como fin hacer desaparecer los atractivos físicos de la rival y a la vez su deseo sexual, tornándola impotente.
Los libros de magia que tenían gran importancia en el mundo griego -Éfeso gozaba de gran renombre en este terreno- daban toda clase de instrucciones sobre las figurillas de cera o arcilla en las que, por ejemplo, se clavaba una aguja en la región sexual si se deseaba infligir a una mujer cualquier enfermedad en su sexo o hacerla impotente o estéril.
Si, por el contrario, el fin consistía en tornar impotente a un hombre, entonces se punzaba la zona del hígado, puesto que entre los griegos y romanos el hígado era el que originaba todo deseo sexual.
Tales libros explicaban cómo se clavaba la aguja, el uso de hierbas mágicas que podían hacer disminuir o desaparecer la libido, y pormenorizaban diversos agentes mágicos, sobre todo sortilegios donde se invocaba con frecuencia la ayuda de Hécate, incluso bajo los nombres orientales mágicos de la diosa, como Actiofis, Ereshigal, Nebutosualethi, Forforbasa y Tragiamon.
Por otra parte, daban fórmulas para aquellos amuletos que, al exhibirse, debían proteger contra la magia negra y contra el mal de ojo, una de las fuerzas siniestras que más temían los antiguos griegos.
Otros amuletos de enorme fuerza protectora eran los que adoptaban la forma de órganos femeninos o de falo.
La actitud de griegos, hombres y mujeres, hacia el órgano sexual no difería mucho de la adoptada por otros pueblos de la Antigüedad, con excepción de Israel. La vergüenza sexual era desconocida.
Por el contrario, el órgano sexual estaba considerado como la expresión del gran misterio de la reproducción y símbolo de la fuerza creadora y regeneradora de la Naturaleza.
Para los griegos era cosa normal desnudarse en todas aquellas situaciones en las que el vestido resultaba superfluo o molesto, por ejemplo, las carreras, luchas, combates con armas, o en los ejercicios del gimnasio (palabra derivada de gymnos: desnudo).
La exhibición del órgano sexual exterior de la mujer era uno de los medios más eficaces contra toda clase de hechizos y contra el mal de ojo. También se empleaba contra las tormentas y granizadas, sobre todo en las orillas de los ríos cuando el viento hacía subir peligrosamente el nivel de las aguas.
En la Edad Media surge nuevamente esta exhibición protectora del órgano sexual femenino para atemorizar y expulsar a los íncubos o al mismo Satán.
Mucho más fuerte aún que el órgano sexual de la mujer (ya se exhibiese al natural o bajo forma de amuleto que bien podía ser un higo o una doble concha a causa de su parecido con el sexo) era para los griegos el falo, al natural o en forma de amuleto). También lo usaban contra el mal de ojo, ya que se atribuía al falo una fuerza mucho mayor que la del sexo femenino.
Todos los medios empleados contra el mal de ojo -toda persona que tenía alguna cosa extraña en su mirada se pensaba que albergaba malas intenciones- buscaban desviar tales miradas, atemorizándolas o fascinándolas. Se suponía que la fascinación era el medio más seguro y que el falo, sobre todo, podía provocarla.
Al parecer, el mal de ojo quedaba "prendido" en el órgano sexual y ya no podía causar ningún mal en otra parte.
Como amuleto, el falo no solamente se exhibía en collares o brazaletes, sino que se colgaba en las paredes, puertas y postigos. También aparecía bajo cualquier forma en objetos de uso diario, como lámparas de aceite, recipientes y numerosos objetos de adorno. Estaban siempre presentes en todo tipo de ornamentos, como las patas de león o alas de águila, creyéndose así que se reforzaba aún más su potencia creadora y protectora. Apotropaica.
Se le guarnecía con diminutas campanillas, siempre persiguiendo el mismo fin, ya que el metal era buena protección contra los hechizos.
Frederik Koning: SATAN Y SUS DEMONIOS
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