LOS DRUIDAS Y EL SOLSTICIO DE VERANO
El solsticio de verano era otra de las ocasiones señaladas para casi todas las sociedades agrícolas, y parece inconcebible que los druidas pudieran ignorarlo.
El hecho de que la iglesia asignara ese día a uno de sus santos más ilustres, Juan el Bautista, primo de Cristo, hace pensar que pretendía aportar un sustituto digno de un festival que estaba demasiado arraigado como para abolirlo por simple decreto.
En casi toda Europa lo característico del día eran las hogueras públicas y una permisividad totalmente reñida con la austera naturaleza de su santo patrón. Así, en la isla de Man, las multitudes celebraban la víspera llevando hierba fresca de los prados hasta la cima del Barule en pago a Manannan mac Lir, dios celta del mar del que la isla lleva su nombre y a quien sus habitantes consideraban protector.
Tras este comienzo relativamente inocuo, el día terminaba allí, igual que en la isla de Jersey, con unas francachelas demasiado escandalizadoras para contarlas.
En Irlanda y Escocia era el momento de encender fuegos y caminar alrededor de los rediles de ganado portando teas en llamas. Las cenizas de los fuegos solían mezclarse más tarde con las semillas destinadas al cultivo, de lo que se desprende que a estos fuegos se les atribuían propiedades especiales.
En la Bretaña francesa, donde el pardon de Plougastel tenía lugar el día del solsticio de verano, pasaban a los niños por encima o por en medio de los fuegos y, siguiendo una tradición que podría estar vinculada con la mezcla de cenizas y semillas, los congregados se arrodillaban en torno al fuego frotándose los ojos con cenizas apagadas mientras rezaban el padrenuestro y el avemaría.
La purificación con cenizas es muy común y la encontramos en lugares como la India -donde los brahmanes se frotan el cuerpo con ella-, Irlanda, isla de Man y Lancashire, donde se usan con fines adivinatorios.
El solsticio de verano bien podría haber sido el momento de llevar a cabo los holocaustos en jaulas de mimbre con forma humana registrados por Estrabón y César.
Frazer menciona una costumbre propia del pueblo pirenaico de Luch, nombre que probablemente deriva del dios celta Lug, en la que una columna de mimbre decorada con flores y hojas se llenaba con material inflamable para hacerla arder en el momento culminante de una procesión compuesta por las gentes del lugar y de la iglesia.
Mientras ardía la columna se arrojaban a su interior serpientes capturadas en los campos que, en su vano intento por escapar de las llamas, culebreaban hacia arriba. En Metz (Francia) se quemaban gatos encerrados en jaulas de mimbre.
Ward Rutheford: EL MISTERIO DE LOS DRUIDAS.
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