EL ORIGEN MEDIEVAL DE LAS UNIVERSIDADES

 

Los orígenes de la institución que hoy denominamos universidad están envueltos, como todos los orígenes, en una nebulosa en la que se mezclan y confunden el mito, el caos, los intereses corporativos, políticos o particulares, la reivindicación de autonomía, la utopía, la modernidad y cierta idea revolucionaria teórica que se diluye ante la realidad práctica de la propia supervivencia. 

Un hecho incontestable es que a través de los tiempos la transmisión del saber se ha realizado siempre entre minorías ansiosas de mantener su monopolio en el marco del amor sciendi (amor al conocimiento), y el dilema entre la ambitio dignitatis (ambición de la dignidad) y la invidia pecuniae (codicia del dinero) . Todo lo demás son florituras auto-justificativas, ayer, hoy y siempre.

La gestación del mundo universitario europeo en la Edad Media es una consecuencia más de los sucesivos cambios de la sociedad medieval, que de ser casi exclusivamente rural se convertirá paulatinamente en urbana.




Dejando a un lado a los pedagogos o maestros particulares que persisten desde los tiempos clásicos, y a las escuelas monásticas de la Alta Edad Media, la tarea de proporcionar una educación secular más amplia había sido asumida en los siglos X, XI y XII por las escuelas catedralicias, y también por algunas escuelas municipales de especial tradición jurídica. 

Las primeras, a partir de formas embrionarias en el siglo VIII, se desarrollaron rápidamente para acomodarse a las necesidades de la educación y el saber de la nueva época de actividad económica e intelectual que siguió al siglo x europeo.

A lo largo del siglo XII y conforme éste se iba aproximando al final, el interés por la clasificación y el contenido de los estudios, con vistas a atribuirles un papel de mayor importancia en la vida práctica, llegó a convertirse en la primera preocupación de los maestros y profesores que enseñaban en las escuelas catedralicias o episcopales y en algunas municipales.

La Iglesia en diferentes concilios desde época carolingia, y especialmente en el tercer concilio de Letrán de 1179 ordenó que en todas las catedrales hubiese un maestro «qui clericos eiusdem ecclesie et scholares pauperes gratis doceal» (que enseñaba gratuitamente al clero de la misma iglesia y a los eruditos pobres)

Esta disposición canónica fue ampliada sucesivamente, y en las iglesias más importantes de todos los obispados se fueron creando escuelas parecidas.

La base de toda enseñanza se realizaba en torno al trivium, que era una agrupación heterogénea sin otra unidad que su común función introductoria: Gramática, Retórica y Lógica eran como un triple camino hacia la sabiduría. El trivium con el tiempo se convirtió en la base de las llamadas facultades de Artes, que a modo de introducción serán el paso necesario para acceder a las facultades de Filosofía, Teología o Medicina. 

Superada esta primera parte, el quadrivium introducía al estudiante en el mundo de la ciencia a través de la Música, la Aritmética, la Geometría y la Astronomía. 

Esta estructura diáfana y tradicional es la que heredará, jerarquizará y transformará el naciente mundo universitario para adaptarla a las nuevas necesidades de la sociedad. 

Si bien esta operación no debía comportar la decadencia y casi desaparición posterior de las hasta entonces pujantes escuelas catedralicias. Por lo que podemos preguntarnos:

¿Qué esperaban de las nuevas instituciones de alta cultura los diversos agentes sociales, como la Iglesia, el Imperio, las monarquías y los municipios, o sea, la burguesía? y por otra parte, ¿qué esperaban a su vez los profesores y los estudiantes?

Parece que todos ellos esperaban obtener del conocimiento humanístico, jurídico y científico un apoyo y a la vez justificación en su lucha por la existencia; como dice Walter Rüegg: «Los poderes políticos y eclesiásticos esperaban lograr apoyo y refuerzo para su dominación, los estudiantes y profesores buscaban el conocimiento y las ventajas sociales, los residentes en las ciudades universitarias querían aumentar su bienestar. Pero, para estos propósitos no había necesidad de las universidades.»

Y se podría también añadir: tampoco había necesidad de haber arrinconado, hasta su casi anulación como centros de cultura de alto nivel, a las más florecientes escuelas catedralicias de los siglos XI y XII; ya que la mayoría de ellas satisfacían las necesidades culturales de las autoridades civiles y eclesiásticas antes de que las universidades existieran. 

Sobre todo si tenemos en cuenta que, para algunos contemporáneos, la fundación de las universidades, era como un impedimento al verdadero cultivo y transmisión de los conocimientos humanísticos.


Salvador Claramunt Rodríguez, “Orígenes del mundo universitario: de los studia a la universitas“

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