LOS FRANCOS

 

En modo alguno fueron los francos los primeros en turbar la paz de las 17 provincias de la Galia Romana. La gran distancia que separaba sus regiones norteñas de Roma, y las peculiaridades geográficas que sus fronteras terrestres (el gran anfiteatro de sus montañas no forma una barrera natural en todos sus puntos) hacían previsible que la Galia fuera invadida desde el norte o el este, y que una vez que esto sucediera, su excelente sistema de caminos se convertiría más que en una ayuda, en un obstáculo.

Durante el último período del Imperio, la Galia había combinado un inquieto espíritu de independencia con una singular falta de habilidad para manejar sus propios asuntos. 

Sus provincias occidentales, por ejemplo, se hallaban en un estado de alteración crónica, y es probable que la inquietud de los BAGAUDAE (bandas de ladrones y esclavos en rebelión) tuvieron bastante que ver con el fracaso de los últimos gobernadores galo-romanos al tratar de resistir la presión externa.




Muy aparte, sin embargo, del aislamiento político y del caos social, la Galia carecía también de cohesión racial. La diversidad, tanto en los intereses como en la naturaleza de las razas que la componían (céltico-galas, con una mezcla ya considerable de COLONI en la campaña, y de griegos y sirios en las ciudades) no disminuyó mucho con la victoria del latín sobre las otras lenguas.

Es cierto que aún había, en el siglo IV o en el V, una administración romana o romanizada, lo mismo que es cierto que el comercio florecía todavía en sus ciudades y que la aristocracia galo-romana continuaba viviendo con bienestar, cultivando en sus "villas" las artes de Roma, y proporcionando la mayor parte de los integrantes de la administración de las CIVITATES y de los obispados, la Galia era todavía rica y formaba parte de la ROMANIA, el mundo del Mediterráneo. Pero era incapaz de bastarse a sí misma.

Los germanos orientales atravesaron la Galia: los vándalos continuaron hacia África atravesando España, y los godos, a quienes se permitió establecerse en la Galia del Sur, se desplazaron finalmente hacia España. 




Trataremos ahora principalmente de los germanos del oeste, colonizadores de las márgenes del Rhin y de los arenosos desiertos al norte del estuario.

Los escritores romanos, inclinados a poner nombres a los pueblos y a las cosas, nunca estuvieron seguros acerca de quiénes eran estos germanos, o cómo clasificarlos. Llamaron FRANCI a un grupo de tribus, nombre quizá derivado del FRAK o FRECH germánico, que significa "salvaje" u "orgulloso", pero es muy dudoso que estos FRANCI o francos tuvieron algo más que un pasajero sentido de unidad. 

Cerca del Mar del Norte, a lo largo del curso del río Ijessel, vivían los francos sálicos (o salados). Por lo menos dice Amiano que así eran llamados por el Emperador Juliano. Para algunos emperadores se hizo difícil mantenerlos al norte del Rhin. Finalmente, durante las dificultades de fines del siglo III, muchos de ellos consiguieron salvar este límite, y se establecieron al norte, en las inhóspitas planicies de Texandria.

Muy pronto -debido a la presión que se ejercía detrás de ellos, y a los ríos de fácil curso (como el Scheldt y el Lys) que conducían, rumbo al sur, a tierras más ricas para la agricultura- los primeros sálicos, quizá alrededor de unos 100.000, abandonaron Texandria en busca de mejor suerte, como FEDERATI romanos, en lo que es actualmente territorio belga.

Y así continuaron, sin muchos obstáculos, hasta llegar a una región flanqueada de colinas y bosques (la SILVA CARBONARIA) y cubierta por la gran ruta romana, que iba aproximadamente de oeste a este, de Boulogne a Colonia, a través de Bavay y Tongres.




Aquí encontraron oposición y debieron detenerse estableciéndose con sus jefes en plazas fuertes como Tournai. Tanto la toponimia como la actual división de lenguas en Bélgica atestiguan este alto.

Habían llegado a la parte norte de la provincia de BELGICA SECUNDA, que contenía importantes ciudades, como Reims y Soissons, y se hallaba muy poblada.

Un posterior avance, por lo tanto, podía sólo hacerse en forma de invasión, o de un establecimiento ocasional entre comunidades que no iban a ser fácilmente desplazadas. 

Puede decirse, en resumen, que los establecimientos sálicos, habitualmente pequeños y aislados, eran comunes, al sur, hasta el Sena, frecuentes en la intranquila región entre el Sena y el Loira, y sumamente raros al sur de este último río.

Se los puede identificar mediante el estudio de la toponimia (el sufijo -COURT o -VILLE, unido a un nombre propio franco, es solo uno entre muchos ejemplos) y por el estudio de los utensilios funerarios de muchos cementerios francos.

Enterraban los cadáveres en forma tal, que sus restos se distinguen de inmediato de los de un galo-romano, y también, aunque con mucho menos certeza, de un germano. Como regla general, eran colocados de cara al este, envueltos en su capa (de la cual solo se conserva el broche metálico), y habitualmente sin ataúd, directamente en la tierra. Se les ponía en torno, en cacharros, provisiones para su vida futura, y también sus armas en cuya confección demostraron poseer gran habilidad.

El cementerio franco puede proporcionar otra inconfundible evidencia del paganismo de los bárbaros: la decapitación después de la muerte y los fuegos rituales. 

Es así como los francos, aún no asimilados, o solo parcialmente, por los pueblos galo-romanos, revelan su presencia al arqueólogo, al estudioso de la toponimia y, aunque en una escala mucho menor, al antropólogo. Pero viven igualmente para nosotros en las páginas de su historiador nacional.


J. M. Wallace-Hadrill: EL OESTE BÁRBARO

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